Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

San Lucas 1, 26-38: María, Camino de Jesús

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Génesis 3, 9-15.20; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 3-6. 11-12; Evangelio según san Lucas 1, 26-38 

MARÍA, CAMINO DE JESÚS 

Lo que proclamamos y comentamos en el 2° domingo de Adviento (ciclo B) sobre la misión y el rol de san Juan Bautista en relación a la venida del Salvador, lo podemos aplicar con rigor a la Bienaventurada Virgen María, la Madre del Salvador, desde su Inmaculada Concepción.

En efecto, Ella es mensajero y ángel que va por delante, abriendo camino a Dios que viene con poder y recompensa y como Pastor que apacienta y levanta en sus brazos a los corderos, Ella es voz que grita en el desierto o desde un monte elevado, con fuerza y sin temor “Preparen el camino al Señor” (Isaías    40, 1-5. 9-11, primera lectura del 2° domingo de Adviento).

Si el centro del mensaje evangélico, la Buena Noticia, es el acontecimiento de Jesús Mesías, Hijo de Dios, como escribe san Marcos en el prólogo de su evangelio, y recordábamos el domingo 2° de Adviento, Ella, María está definitivamente asociada al único misterio y gran acontecimiento de Cristo Salvador, y lo está ya desde su Inmaculada Concepción. Es más, en cierto sentido, y mejor que Juan Bautista, Ella es el prólogo al evangelio de Jesús. En el sentido original de la palabra prólogo, lo que va antes de la Palabra, de la Palabra Encarnada.

Si decía el profeta Isaías (Is. 40,3-4): “Una voz grita en el desierto: preparen un camino al Señor; tracen en la llanura un sendero para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se aplanen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele”.  Y esto el evangelista Marcos lo aplica a san Juan Bautista, tenemos muchas más razones para pensar a la B. V. María como la voz que grita “preparen un camino al Señor”.

Ella, la llena de gracia, mejor que nadie, podía gritar “que los valles se levanten”, exhortando a los hombres a elevar las hondonadas, abismos o vacíos, llenando las manos de méritos y buenas obras. Ella, la sierva humilde, mejor que nadie, podía gritar “que montes y colinas se aplanen”, exhortando a bajar los montes y colinas del orgullo y la soberbia.  Ella, la que siempre quiso y buscó el bien, mejor que nadie, podía gritar “que lo torcido se enderece”, exhortando los hombres a la rectitud de voluntades.[1]

“Preparen un camino al Señor”. María es camino privilegiado, sendero enderezado, recto, pisando el cual Jesús, el Salvador, llega hasta los hombres. Ella es camino recto, puente, para que Jesús pueda por medio de Ella llegar hasta los hombres con la Buena Noticia de la salvación. Y en el doble sentido de circulación, también Ella abre camino, quita obstáculos, facilita el acceso, derrumba muros y divisiones, prejuicios y prevenciones, para que los hombres a través de Ella salgan al encuentro del Salvador.

CONCEBIDA SIN PECADO. A Ella le fueron aplicados con anticipación los méritos de la Redención de Jesús Salvador, preservándola de todo pecado, por lo cual la llamamos “Inmaculada”, porque fue concebida sin mancha.

En este sentido, aparece en el foco de nuestra atención hoy el asunto del pecado original. Y viene al caso lo que enseñaba recientemente el Papa[2]: “¿qué es el pecado original?... El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte el hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere realizar. Pero, al mismo tiempo, siente también otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le apetece aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo… Como consecuencia de este poder del mal en nuestras almas, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana… Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención… El hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿cómo se explica este mal?... La fe nos dice: existen dos misterios, un misterio de luz y un misterio de noche, que, sin embargo, está rodeado del misterio de la luz. El misterio de la luz es éste: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo Principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal… Éste es el alegre anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador… Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del mismo ser, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad de la que se ha abusado. ¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso Queda como un misterio oscuro, de noche. Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Y por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curableel hombre no sólo se puede curar, está curado de hecho. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia… El río de luz que procede de Cristo está presente, es fuerteAdviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo… está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla y para introducirnos en el río de la luz. .. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte… Y oramos con insistencia: ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz”.

¡Magnífica catequesis del Papa sobre el Adviento! El Salvador, presente y a la vez esperado, como misterio y río de luz que, introduciéndose en la historia, ya ha puesto la base de la sanación, ya ha curado, el río sucio, el misterio de oscuridad del pecado, del mal. ¿Qué tiene que ver esto con la Inmaculada Concepción? En Ella, en María, la Madre del Salvador concebida sin pecado, sin esa lucha interna entre el bien y el mal (no hay en Ella nada del río sucio del misterio de oscuridad), el misterio de luz, la fuente creadora de Dios, de la que dimana sólo el bien y todo bien, manifiesta cómo en ella el mal ya ha sido vencido. Ella es como signo, estandarte levantado en alto que grita ¡el mal ya ha sido vencido!

LA LLENA DE GRACIA. María es la “llena de gracia”. Así la saluda el ángel, según hemos proclamado hoy en el Evangelio. “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.  Desde ese primer momento de la concepción, Ella, redimida anticipadamente de la manera más sublime, ha sido llena de gracia y resplandeciente de santidad, bendecida más que cualquier otra persona.

Ella es la llena del misterio y del río de luz, la llena de bondad.

Esa plenitud de bien, como una obra maestra de Dios Creador, como una nueva Eva, “solaza los ojos y el corazón del Creador”[3]. Contemplándola, el Artífice puede decir como al inicio, antes del pecado, mirando su obra, como de Él no puede proceder el mal: “¡Qué bueno está esto!” (Gn. 1,4 y ss.). Contemplándola hoy, nosotros, no sólo podemos solazarnos mirando la luz más bella, sino que además nos sentimos elevados hacia lo más sublime y puro e inspirados a hacer el bien y superar el mal, a contar con Ella.

Ella no sólo está rodeada del misterio de luz sino que se hace fuente derivada de luz, refleja, e ilumina por desborde de la plenitud, es manantial que derrama bondad.

El proyecto del Padre, por Cristo, como por un adelanto o prenda de los méritos de Cristo, se concretó, de modo eminente y singular, en la Bienaventurada Virgen María ya desde su concepción.  Pero el plan de Dios para la redención y santificación está destinado a todos los hombres. En Cristo y por medio de Él, bendecidos, elegidos, predestinados para ser hijos adoptivos, herederos (ver segunda lectura del día).

Nos podríamos preguntar qué intenciones tuvo el Padre cuando de antemano bendijo, eligió, predestinó y constituyó heredera de modo tan excepcional a esta insigne mujer, María.  Mostrarnos como una garantía para que nos fiáramos de sus promesas.

En efecto, lo que a nosotros es dado en esperanza, en Ella, María, ya lo vemos realizado, iniciado en su Inmaculada Concepción, plenamente realizado en su Asunción gloriosa, y Ella se convierte entonces para nosotros en garantía de que obtendremos de Dios la salvación y la gloria en que Ella nos precedió.

Por ello, la Inmaculada Concepción es un día de esperanza y es la fiesta del amor. De esperanza, porque “empieza la existir la flor de la cual Jesús será el fruto”: “toda la esperanza oscura del Viejo Testamento ahora se hace más luminosa cuando la Virgen ya está en el mundo”. Del amor, porque “la sola creación de la Virgen nos está mostrando un amor inmenso de Dios hacia Ella y hacia nosotros, ya que ella viene a ser nuestra benefactora máxima, nuestra Madre, viene a darnos a Jesucristo”.[4] 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús

Paraná,  8 de diciembre de 2008



[1] Cf. Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo, El clamor del Adviento, meditación, 30 de noviembre de 1968, en “Adviento y Navidad”, Ediciones Servidoras, Buenos Aires, 2002, pág. 31-34.

[2] Benedicto XVI, Audiencia General miércoles 3 de diciembre de 2008.

[3] Cf. Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo, “La llena de gracia”, en “María”, ediciones Servidoras, buenos Aires, 1985, pág. 29.

[4] Cf. Siervo de Dios Padre Luis María Etcheverry Boneo, “La llena de gracia”, en “María”, ediciones Servidoras, buenos Aires, 1985, págs. 29-34.