II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 1, 35-42: Buscar y encontrar al Señor

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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1° Samuel 3, 3-10.19; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 6, 13-15.17-20; Evangelio según san Juan 1, 35-42

BUSCAR Y ENCONTRAR AL SEÑOR 

Hoy nos toca leer estos versículos del primer capítulo del evangelio según san Juan. En ellos el evangelista nos narra lo que sucedió al tercero de siete días en la vida de Jesús que comienzan con su bautismo y culminan en el milagro de las bodas de Caná.

Durante esta semana de la vida de Jesús vemos cómo, después del testimonio del Bautista, éste desaparece de la escena y sus discípulos se van detrás de Jesús. Hay en los discípulos de Juan como un descubrimiento progresivo del Señor. Primero viene la búsqueda, el seguimiento marcado por la curiosidad y las preguntas, la búsqueda termina en encuentro y al encuentro del Señor sigue el testimonio y el anuncio a otros.

El testimonio del Bautista será continuado por el testimonio de quienes por aquel han encontrado al Señor. Andrés creyó primero por el testimonio de Juan, luego experimentó por sí mismo encontrándose con el Señor; y Simón, primero fue al encuentro de Jesús por el testimonio de Andrés y luego creyó en Aquel que le dio un nuevo nombre, Pedro. De modo que, finalmente, podemos poner en boca de los discípulos de Juan Bautista, entre ellos Andrés, las palabras que dijeron a la samaritana los habitantes de su aldea: “Ya no creemos por tus palabras;  nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn. 4, 42). Así Andrés y Pedro al final no creyeron por las palabras o el testimonio de otros sino por su propia experiencia.

Dan testimonio sólo quienes han tenido una experiencia de encuentro con el Señor. Juan Bautista da testimonio de Cristo porque al ver posar sobre Él el Espíritu supo que era el Mesías. Esa fue su experiencia de descubrimiento y encuentro con el Señor. Y por ello pudo dar este testimonio “mirando a Jesús que pasaba”: “éste es el Cordero de Dios”.

Andrés, junto al otro discípulo que al oír lo que dijo Juan siguieron a Jesús, después de preguntarle “Maestro, ¿dónde vives?”, ante la respuesta de Jesús “Vengan y lo verán”, “fueron” y “vieron donde vivía y se quedaron con Él ese día”. Después de esta experiencia del encuentro con el Señor, Andrés dio testimonio de Él ante su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo”. “Y le llevó a donde estaba Jesús”.

Búsqueda, encuentro y comunicación a los demás. Ésta es la dinámica de esta historia y señala cómo debe ser el itinerario de todo discípulo que sigue a Jesús.

Dios Creador pone en el corazón de todo hombre el apetito, la inclinación, la tendencia de esa búsqueda del rostro del mismo Dios como Bien supremo del hombre. En Jesús, el Salvador, Dios se hace encontrar  por el hombre que le busca. Un Bien tan grande sólo se posee en plenitud cuando se comparte. Y, por ello, al encuentro sigue el anuncio y el testimonio a otros que aún no le han encontrado.

Como se puede advertir en el texto, Juan señaló e indicó a sus discípulos que Aquel que pasaba era el Cordero de Dios, y ellos siguieron a Jesús, pero lo que efectivamente dio fuerza a la búsqueda fue la pregunta que Jesús, dándose vuelta, les dirigió: “¿Qué buscan?”. Dios mismo va guiando y motivando la búsqueda que el hombre hace de Dios. Es Dios quien sale al encuentro del hombre y se deja encontrar por él.

Se puede hablar de un progreso en la fe de estos hombres que buscan y encuentran al Salvador. Los dos discípulos de Juan, de uno de los cuales sabemos el nombre, Andrés, al principio llamaron a Jesús “Rabbí, que traducido significa Maestro”, pero después, Andrés le dijo a su hermano Simón “Hemos encontrado al Mesías, que traducido significa Cristo”. Si bien al inicio le tomó como uno más de los maestros de Israel, después confesó claramente que era el Mesías.

Cuando el evangelista señala primeramente en hebreo estos títulos de Cristo, Rabbí y Mesías, parece sugerir la fe inicial de los discípulos de Juan. Explicitando la traducción al griego, Maestro y Cristo, manifiesta que estos títulos no deben entenderse sólo en el sentido limitado del antiguo testamento, y marca el progreso de la fe de esos hombres.[1]

Hay todavía en este pasaje un tercer título aplicado a Cristo, y es el que usa Juan Bautista mirando a Jesús que pasaba para señalarle: el Cordero de Dios.

Con una rica densidad teológica, este nombre, Cordero de Dios, aplicado a Jesús, señala que el Mesías es también el Siervo que se ofrecerá en sacrificio como manso cordero por la expiación de los pecados del mundo.

Hoy Jesús también se dirige a nosotros, que le seguimos buscándole, se detiene, nos mira y nos pregunta: ¿qué buscas? ¿qué quieres de mí? ¿qué esperas de mí? El quiere iniciar el diálogo para que nosotros abramos nuestro corazón y le expresemos nuestra fe imperfecta llenas de preguntas como éstas “¿dónde vives?” (¿Existes, Dios? ¿Dónde estás? ¿Dónde está el cielo?¿Me escuchas?...). El quiere invitarnos a compartir con Él su vida. “Vengan y lo verán”. El quiere que comprendamos que la fe no es sólo respuestas a preguntas, informaciones o conocimientos nuevos, sino, sobre todo, una experiencia de vida compartida con una Persona, Jesús, el Salvador. Sólo entonces le encontraremos. Y podremos anunciar a otros el acontecimiento feliz de haberle encontrado.

El “vengan y verán” nos lo dice hoy Jesús invitándonos a la mesa eucarística. El “vengan y verán” nos lo repetirá el Señor para hacernos entrar a compartir con Él el banquete del reino, para estar con Él para siempre.

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Argentina

Domingo 18 de enero de 2009



[1] Cf. Rivas, Luis; Jesús habla a su pueblo, Ciclo B, Domingos durante el año, Buenos Aires, Conferencia Episcopal Argentina, 2002 y Rivas, Luis; El Evangelio de Juan, Buenos Aires, San Benito, 2006.