Fiesta. Bautismo del Señor

San Marcos 1, 7-11: La voz del Padre

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 55, 1-11; 1° carta del apóstol san Juan 5, 1-9; Evangelio según san Marcos 1, 7-11 

LA VOZ DEL PADRE 

Con esta fiesta litúrgica del Bautismo del Señor cerramos el tiempo de Navidad. En realidad es en la Epifanía del Señor donde culmina la Navidad. La primera manifestación de Jesús al mundo fue ante los representantes de los paganos, los “magos de Oriente”, como recordamos en la solemnidad de Epifanía el 6 de enero pasado. El Bautismo del Señor es propuesto por la liturgia como una segunda Epifanía o manifestación de Jesús.

No es ya una estrella la que manifiesta al Salvador sino el mismo Dios quien le revela, el Padre a través de la voz del cielo, el Espíritu descendiendo sobre Él desde los cielos abiertos. En la epifanía del bautismo del Señor es la Trinidad toda la que se más expone y exhibe.

El Bautismo del Señor es un hecho importante de la vida de Jesús porque da inicio a su ministerio público, a su misión. Si bien su unción como Mesías debemos retrotraerla al momento de su Encarnación, en el Bautismo se revela y toma estado público.

El Bautismo de Jesús está al inicio de su misión mesiánica. El bautismo de los cristianos está también en el inicio, en el inicio de nuestra generación como hijos de Dios. La solemnidad de hoy celebra a la vez el Bautismo del Señor y el bautismo con el Espíritu Santo, el sacramento del bautismo, por el que los cristianos participamos del Bautismo y de la misión mesiánica del Señor.

Jesús es superior a Juan. Así lo confiesa con humildad el mismo bautista cuando afirma que el que viene detrás de él es más poderoso y él ni siquiera es digno de comportarse con Aquél como el esclavo frente al amo. Atar o desatar las sandalias era, en efecto, tarea que cumplían los esclavos con sus señores.

Juan bautizaba con agua, Aquél bautizará con el Espíritu Santo.  El Espíritu de Dios se posaría sobre el Mesías según la profecía de Isaías: “Yo he puesto mi espíritu sobre él.” (Cf. Isaías     42, 1-4. 6-7). La comunicación del Espíritu era un signo por el que se reconocería la llegada del Mesías. ¡Aquel sobre el que descendería el Espíritu Santo y que bautizará con el Espíritu Santo es el Mesías!

El que viene detrás de Juan es más poderoso porque su bautismo será un rito más eficaz, conferirá al mismo Espíritu. El bautismo de Juan era un signo preparatorio, un simple lavado que ayudaba a la penitencia como disposición para la venida del Mesías, pero no tiene todavía la eficacia del bautismo que traería Jesús. El bautismo que administrará el Mesías, a diferencia del de Juan, conferirá al mismo Espíritu. Pero, ¡sólo Dios puede conferir el Espíritu!

Juan era un simple hombre. Aquel que viene detrás de él, tiene tal poder superior  para bautizar con el Espíritu Santo porque Él es el Hijo de Dios. Así lo proclamará la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección.

El Hijo de Dios asumió la condición humana, y aunque Él mismo no tenía pecado, quiso expiar los pecados ajenos, los pecados de la condición humana asumida, y allí le vemos, haciendo fila entre los pecadores que buscaban ser lavados por el bautismo de penitencia que impartía Juan.

Se han dado varias explicaciones o razones de conveniencia para explicar por qué Jesús se sometió al bautismo de Juan:

·        para señalar con su ejemplo que el bautismo de Juan era un paso de preparación para recibir al Mesías, un paso  que respondía al plan de Dios (cf. Lc. 7, 29-30);

·        porque así Jesús, siendo Él inocente, con esta actitud humilde, se hacía solidario con los pecadores;

·        porque de esta forma Jesús santificaba el agua e instituía el nuevo bautismo “en el Espíritu Santo”,  que Él venía a inaugurar, el sacramento del Bautismo para el eficaz perdón de nuestros pecados.

 

El Espíritu de Dios descendiendo de los cielos como una paloma recuerda al soplo vivificante de  Dios Creador planeando sobre las aguas en la creación (Génesis 1, 2). Porque Jesús el Mesías venía a inaugurar una nueva creación, a restaurar lo que había sido estropeado por los pecados de los hombres.

Ese Espíritu vivificador y renovador había sido profetizado que en los tiempos mesiánicos vendría sobre el Nuevo Pueblo de la Nueva Alianza.

Ha llegado el momento en que el cielo, hasta entonces cerrado, el cielo se rasga y abre para dejar caer como lluvia generosa el Espíritu Santificador y la salvación tan esperada. Ha llegado el momento en que Dios rompe el silencio y habla. Vuelve a oírse la voz del Padre. Esta vez con una novedad, que le hace superior a la voz anterior del mismo Dios a través de la ley y los profetas.

¡El tiempo de la salvación ha llegado! Ha hablado el Padre y su voz no está restringida al Pueblo de Israel sino destinada a la humanidad entera que será como un Nuevo Pueblo renovado por el Espíritu. ¡Es la Epifanía de los paganos!

Y habló Dios. No dijo algo distinto de sí. Lo que salió de la boca del Padre es la misma Palabra del Padre, que existía desde toda la eternidad, y estuvo presente en la creación, que vino al mundo: la Palabra que se hizo carne (cf. Jn.  1, 1-18, lectura de la misa de Navidad). A ella, la Palabra, se dirigió el Padre para decirle: “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”.

 

Y habló Dios, y se oyó la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”.

A diferencia de Mateo, en Marcos (evangelio que seguimos en este año litúrgico), así como en Lucas, la voz del cielo no está en tercera sino en segunda persona, porque el Padre se dirige a su Hijo muy querido. Como un eco del diálogo eterno entre el Padre y el Hijo Dios: Tú eres mi Hijo muy querido…A la que responde el Hijo: Tú eres mi Padre amado.

El Padre se dirige a su Hijo muy querido porque en Él, que había asumido la condición humana, podía ver representados a todos los hombres. Así, el hijo muy querido no es sólo el Primogénito sino que somos también todos los hombres, salvados al ser engendrados como hijos de Dios por el bautismo sacramental.

 

“Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”. Desglosemos las palabras del Padre dichas a Jesús. La primera parte: “Tú eres mi Hijo muy querido”. La segunda parte: “en Ti tengo puesta toda mi predilección”.  Ambas partes dan cumplimiento a textos mesiánicos del Antiguo Testamento en cierta forma diversos que en la voz del Padre aparecen ahora enlazados: el Mesías es a la vez Hijo amado del Padre, Rey y Siervo.

Tú eres mi Hijo”, como canta el Salmo 2,7  sobre el Mesías Rey: “El (Señor) me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

En Ti tengo puesta toda mi predilecciónEstas palabras se inspiran en el canto del Siervo de Isaías 42,1: “Este es mi Siervo, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma”. El “Hijo” es el “Siervo”, quien, sin perder la filiación divina y la realeza, es presentado como el Mesías doliente.

Es la revelación sobre Jesús Mesías a la vez Hijo de Dios e Hijo del Hombre. La identidad de Jesús no puede prescindir de ninguno de estos dos aspectos. Es el Hijo de Dios pero también será el Siervo sufriente, el Mesías a la vez Dios y Hombre, glorioso y doliente.

Cristo es el Siervo Sufriente porque, siendo Inocente, carga solidariamente con los pecados de los hombres. Por eso mismo se presenta ante Juan para ser bautizado, no por sus pecados, que no tiene, sino por pecados de toda la humanidad, que Él asume. Por la misma razón, el Siervo Sufriente colgará de la cruz.

En el Bautismo del Señor se anticipa así su Pascua, que enlaza los dos aspectos de Cristo, a la vez Sufriente y Glorioso.

 

Motivados por esta solemnidad del Bautismo del Señor, renovemos nuestra fe en Jesucristo el Mesías, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre, Mesías Rey y Siervo Sufriente.

Es Él quien nos salva inicialmente a través del sacramento del bautismo; por el bautismo nos son borrados nuestros pecados y por sus aguas fecundadas por el Espíritu de Dios se nos participa la condición filial.

 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Argentina

Domingo 11 de enero de 2009