V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 1, 29-39. Anunciar la Buena Noticia

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Job  7, 1-4. 6-7; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 9, 16-19. 22-23; Evangelio según san Marcos 1, 29-39

 ANUNCIAR LA BUENA NOTICIA 

El relato del evangelio ubica a Jesús al inicio de su ministerio, un sábado, después que salió de la sinagoga de Cafarnaúm, donde causó asombro por la autoridad con la que había enseñado y por la que el demonio de aquel poseído que liberó le había obedecido (Mc. 1, 21-28, que leímos el domingo pasado).  Lo que hoy proclamamos sucedió el mismo día.

El evangelio según san Marcos que venimos proclamando en forma casi continua en la liturgia dominical de este año nos presenta en el primer capítulo: el Bautismo de Jesús (1, 4-11, domingo del Bautismo del Señor), luego las tentaciones en el desierto (1, 12-15, lectura que se hará el 1° domingo de Cuaresma), enseguida la predicación que hace Jesús de la proximidad del Reino y la necesidad de conversión y el llamado a los primeros discípulos (1, 14-20, 3° domingo del Tiempo Ordinario) y la mañana de aquel sábado en la sinagoga de Cafarnaúm (1, 21-28, 4° domingo del Tiempo Ordinario).

A continuación sigue el pasaje de hoy. Se refiere a lo que ocurrió el resto de aquel sábado y en la mañana del día siguiente.

En el texto, el evangelista resume con varias expresiones generales la intensa actividad de Jesús: “sanó a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsó muchos demonios” (Mc. 1, 34); esto sucedió el sábado. Y en los días siguientes: “fue predicando en las sinagogas de toda Galilea y expulsando demonios” (Mc. 1, 39).

Se destaca, no obstante las generalizaciones, una curación que hizo Jesús ese sábado, la de la suegra de Simón. Se registra, además del día, el lugar dónde ocurrió ese milagro, en la casa de Simón y Andrés (Mc. 1, 29), y los testigos: Santiago y Juan, Simón y Andrés, entre otros. Eran esos cuatro pescadores de Galilea que lo habían dejado todo para responder al llamado de Jesús y le habían seguido (Mc. 1, 16-20).

La referencia a la sinagoga, donde Jesús hizo comenzar la predicación cristiana, es importante, porque el evangelio es la plenitud de la primera alianza. Sin embargo, dice el evangelista que Jesús “salió de la sinagoga” y “se dirigió a casa de Simón y Andrés” (Mc. 1, 29), como si quisiera sugerir el paso y la evolución de la sinagoga al templo cristiano. En aquella casa de Pedro, en efecto, la tradición y la arqueología fijan que en torno a la Persona de Jesús, se edificó uno de los primeros templos cristianos.

Escribe como un dato el evangelista que la suegra de Simón estaba en cama con fiebre y que se lo comunicaron a Jesús inmediatamente (Mc. 1, 30). Y dice que, al parecer también inmediatamente, el Señor “se acercó, la tomó de la mano y la levantó” (Mc. 1, 31). Advirtamos el detalle de los gestos de Jesús que aún sumariamente destaca san Marcos: “se acercó, la tomó de la mano y la levantó”. Todo el amor compasivo de Dios se concreta y hace sensible en estos gestos. “Se acercó”, porque inclinándose, Dios se hizo Hombre. “Se acercó”, porque Jesús en cuanto hecho Hombre, es la cercanía y la ternura de Dios, porque Él es el Reino de Dios que está cerca (Mc. 1, 15). “La tomó de la mano y la levantó”, porque Jesús se hizo Hombre para levantar al hombre, a todo hombre, redimiéndole del pecado y de la muerte.

Algunos señalan que no en vano emplea san Marcos al decir “la levantó” el mismo verbo griego que se usará para hablar de la Resurrección de Jesús.[1]

Es conmovedor pensar que el mismo Jesús que hizo que Santiago y Juan dejaran a su propio padre en la barca para seguirle (Mc. 1, 20), y que seguramente también Simón y Andrés habrán dejado también su familia con las redes (Mc. 1, 18) para responder al llamado de Él, Jesús entra a la casa de Simón y Andrés, donde con probabilidad allí se hospedaba Él habitualmente, y con signos que traducen estima por los vínculos familiares devolvió sana su suegra a Simón, la que estaba postrada con fiebre.

Cuando dice el evangelista que la suegra de Simón “se puso a servirles” sugiere que la curación de la mujer fue instantánea y total pero también que Jesús se demoró en esa casa, que se quedó allí, compartiendo la vida cotidiana de familia de sus nuevos discípulos, comiendo y descansando allí “hasta el atardecer” (Mc. 1, 32).

La referencia al atardecer y la puesta del sol (Mc. 1, 32) señala el final del sábado, día del descanso. Entonces fue cuando llevaron ante Jesús, al frente de la casa de Simón y Andrés, “toda clase de enfermos y endemoniados” (Mc. 1, 32). Es más, anota el evangelista que “toda la población se agolpaba a la puerta” (Mc. 1, 33). No son sólo los enfermos sino todo el pueblo el que fue hasta Jesús. No son sólo los enfermos sino también los endemoniados, porque la misión de Jesús no era sólo la de un sanador; Él venía a vencer al demonio y al mal.

Mientras terminaba esa jornada Jesús “sanó a muchos enfermos de dolencias diversas y expulsó muchos demonios, pero a estos no les permitía hablar porque sabían quién era Él” (Mc. 1, 34). Aquí la compasión de Dios se hace universal. Imagino al Señor frente a la casa atendiendo uno por uno, curando, consolando, bendiciendo.

Otra vez aparece sugerido el “secreto mesiánico”. Como decíamos el domingo pasado, el Mesías no quería adhesiones demasiado rápidas que mal comprendieran su misión en un sentido meramente político o triunfalista, no quería una fama que fuera como moda pasajera. Como explicaba el Papa Benedicto XVI: “Jesús no sólo echa a los demonios de las personas, liberándolas de la peor esclavitud, sino que impide a los demonios mismos que revelen su identidad. E insiste en este "secreto", pues está en juego el éxito de su misma misión, de la que depende nuestra salvación. Sabe, de hecho, que para liberar a la humanidad del dominio del pecado, tendrá que ser sacrificado en la cruz como un auténtico Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerle para desviarle hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de éxito. La cruz de Cristo será la ruina del demonio, y por este motivo Jesús no deja de enseñar a sus discípulos que para entrar en su gloria debe sufrir mucho, ser rechazado, condenado y crucificado (Cf. Lucas 24, 26), pues el sufrimiento forma parte de su misión”.[2]

Así, aquellos enfermos sanados, y la suegra de Simón también curada, y también todos los enfermos de todos los tiempos, aún los que por misteriosa permisión de Dios convivan con el mal físico o psicológico, debemos comprender que el camino del Reino pasa por el sufrimiento, por la Cruz de Jesús y por la cruz que Él quiera hacerle compartir a cada uno.

Dios no es ciego, sordo, mudo y pasivo ante los sufrimientos del hombre. Leemos el clamor angustiado del sufrir humano en las palabras del desventurado Job (Job 7, 1-4. 6-7, primera lectura del día). Su lamento es casi un reproche ante Dios. La vida tiene un peso que hace preferir la muerte, sus noches de fatiga e insomnio son largas, el vivir como la servidumbre del militar, como el esclavo que suspira por la sombra, el asalariado a la espera de su magro jornal. Con las limitaciones de la revelación divina del Antiguo Testamento, el texto sugiere al mismo tiempo la fugacidad de la vida presente y la búsqueda de respuesta al sentido del dolor, la enfermedad y el sufrir por parte de un ser que ha sido creado para ser feliz. Jesús es la respuesta al sufrimiento y el dolor humano. Pero esta respuesta sólo veladamente está en el libro de Job como anunciada. Sin embargo, el libro de Job impresiona por su actualidad. Estos cuestionamientos (¿por qué sufrir? ¿por qué el mal?) seguramente los tenían muchos de los que acudieron a Jesús en Cafarnaúm aquél sábado para ser sanados.  Advertimos muchas semejanzas con la visión del sufrimiento en la actual sociedad secularizada: también hoy oímos la queja, el reproche, el enojo con Dios, se le hace culpable del mal que padecemos y la felicidad es confundida con el hedonismo momentáneo. Jesús sigue siendo la respuesta al sufrimiento y el dolor humano. Jesús es la clave para entender el sentido de la vida, el dolor, el sufrimiento.

El evangelista san Marcos continúa relatando que Jesús, al día siguiente del sábado,  “muy de madrugada se levantó, salió y se dirigió a un lugar despoblado, donde estuvo orando” (Mc. 1, 35). Llama la atención esta fuga de Jesús de la compañía de los hombres para estar a solas con el Padre. Sin embargo, cuando se reencuentra con “Simón y sus compañeros que salieron tras de Él” (Mc. 1, 36), manifestó su ardor ante la urgencia de ir a predicar a otros pueblos de Galilea porque, dijo “para eso he venido” (Mc. 1, 38).

Fue al Padre y el Padre lo reenvió a los hombres. Buscó a Dios pero Dios, Su Padre, busca a los hombres como el pastor a la oveja perdida. Por eso Su Padre le reenvió a los hombres. A evangelizar. A predicar que el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca, por lo que hay que arrepentirse y creer en la Buena Noticia (Mc. 1, 15).

Tiene mucha fuerza la expresión  que el evangelista pone en boca de los discípulos que le dijeron a Jesús “Todos te están buscando” (Mc. 1, 37). Es Dios quien primero busca al hombre, y por ello hace del hombre un buscador de Dios. Todos buscaban a Jesús. Pero, deberíamos preguntarnos, ¿por qué le buscaban? ¿Le buscaban sólo porque sanaba a los enfermos? ¿O le buscaban porque estaban dispuestos a arrepentirse y creer en la Buena Noticia que Él predicaba?

En todos los tiempos, también hoy, todavía podríamos preguntarnos nosotros: ¿Por qué buscamos a Jesús? ¿Le buscamos, en todo caso, sólo porque puede sanarme y librarme de algún mal?

¿O le buscamos porque estamos dispuestos a arrepentirnos de nuestros pecados y creer en la Buena Noticia? ¿Le buscamos sólo para que nos libre del sufrimiento o estamos abiertos a recibir su fortaleza para seguirle quizás precisamente a través del sufrimiento y de la cruz? ¿Somos de los que buscan un Mesías con fama y exitoso que no pasara por la Muerte y la Resurrección o de los que hemos comprendido la identidad del Mesías con el Siervo Sufriente?

Mientras buscamos a Jesús, todavía resuena en nuestros oídos esta pregunta: ¿Por qué le buscas? No debemos dejar de buscarle, pero tampoco de preguntarnos por qué le buscamos.

Si cuando le hallamos, como Simón y sus compañeros, le hallamos orando al Padre, aprendamos que en nuestra jornada no puede faltar un momento fuerte de oración a solas. Y no olvidemos que la oración siempre debe tener una ventana abierta a los demás, a la súplica por el hermano, como Simón, que no bien entró Jesús en su casa le dijo, intercediendo, mediando, que su suegra estaba en cama con fiebre (Mc. 1, 30).

Si, habiéndole hallado, sin cesar de buscarle,  oímos a Jesús decir “Vamos a predicar, pues para eso he venido”, descubriremos que, buscándole, no le hallaremos sólo en la quietud de la oración, sino también, y sobre todo, en la misión, en la predicación de la Buena Nueva a los demás. Dónde hay enfermos y sufrientes que necesitan de compasión, allí está Jesús, allí le hallaremos, allí debemos buscarle. Donde la Iglesia está siendo signo de la ternura y el amor de Dios con los que sufren, allí está Jesús. Donde la Iglesia está predicando que el tiempo se ha cumplido y que el Reino de Dios está cerca, allí está Él, allí le hallaremos, allí debemos buscarle.

Por eso mismo, el apóstol san Pablo puede expresar “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!”. San Pablo también buscó a Jesús y allí le hallaba, en el anuncio del evangelio, de la Buena Nueva, que se le presentaba como una necesidad (1 Cor. 9, 16, segunda lectura del día). 

Como entraste en la casa de Simón, Señor, entra también en mi casa, en mi alma. ¿Hay fiebre? ¿Estoy postrado? Acércate, toma mi mano y levántame. Para que me ponga a servirte. Para estar contigo y para predicar el Reino.

Leo en el evangelio de este día como la agenda de un día de un pastor. Que no falte cada día nada de lo que Tú viviste en esa jornada, Señor, la predicación, la compasión con los que sufren, la oración. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Iglesia Parroquial del Sagrado Corazón de Jesús

y Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 8 de febrero de 2009



[1] José Aldazabal, Enséñame tus caminos 9, Domingos Ciclo B, Buenos Aires, Ágape, 2005.

[2] Benedicto XVI, Meditación durante el Ángelus, ciudad del Vaticano, 1° de febrero de 2009.