I Domingo de Cuaresma, Ciclo B

San Marcos 1, 12-15: El nuevo Adán

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Génesis 9, 8-15; Primera carta del apóstol san Pedro  3, 18-22; Evangelio según san Marcos 1, 12-15

 EL NUEVO ADÁN

Hemos comenzado la Cuaresma. Para muchos de Uds. comenzamos hoy la Cuaresma. Quienes hemos podido participar de la eucaristía el miércoles de ceniza ya hemos sido introducidos ese día con toda la Iglesia al tiempo santo de la Cuaresma que nos lleva de la mano hasta la Pascua.

Año a año, en el primer domingo de Cuaresma, proclamamos el evangelio de las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto. Pero esta vez nos toca el relato breve, sobrio, del evangelista san Marcos, quien no relata los detalles de las tentaciones como nos la narran san Mateo o san Lucas (Mt. 4, 1-11; Lc. 4, 1-13).

Marcos pareciera sugerir que Jesús fue tentado por el demonio a lo largo de toda su vida, que lucha contra el mal de una forma continua hasta vencerlo definitivamente con su Muerte y Resurrección. De hecho se va a encontrar con el demonio cuando libera los endemoniados varias veces no bien inicia su ministerio en Galilea (Mc. 1, 21-26. 32.39).

Si nos ceñimos al texto de san Marcos debemos leer el relato de las tentaciones (Mc. 1, 12-13) como en medio de un contexto inseparable y unitario que comprende algunos versículos previos y otros a continuación. Por un lado el Bautismo de Jesús (Mc. 1, 9-11), y por otro lado el inicio de la predicación del Señor en Galilea llamando al arrepentimiento y la fe en la Buena Nueva (Mc. 1, 14-15). En el centro los dos versos sobre los 40 días en el desierto (Mc. 1, 12-13). 

Por de pronto, ya podemos advertir que uno de los primeros temas de reflexión de la Cuaresma es el de la conversión de nuestros pecados y la lucha contra el mal desde la fuente o raíz sacramental más remota de nuestra salvación que es el bautismo.

Las resonancias bautismales aparecen claramente en la primera y segunda lectura del día.

El libro del Génesis (9, 8-15)  nos habla de la alianza establecida entre Dios y Noé y sus hijos después del diluvio. Es una alianza de Dios con los hombres y todos los seres vivientes sobre la tierra cuyo signo es el arco iris. Es una alianza por la cual Dios se compromete a que no habrá más otro diluvio destructivo. Esta alianza es como una nueva creación hecha por el Creador,  después de las aguas del diluvio, que fueron para unos aguas salvadoras, para Noé y los suyos en la barca, y para otros  aguas destructivas.

El apóstol san Pedro, por su parte, nos dice en su primera carta (3, 18-22) que el diluvio era figura profética del bautismo y también de la Muerte y Resurrección de Jesús, quien nos da la salvación. Por las aguas del bautismo sacramental, en efecto, Cristo vence y destruye al mal y nos da la vida nueva. El bautismo es como una nueva creación, la salvación es una nueva creación.

Con la fuerza que nos da el sacramento del Bautismo, lo que significamos concreta y especialmente en la unción pre bautismal con el óleo de los catecúmenos, los cristianos luchamos contra el mal a lo largo de toda nuestra vida como testigos de la potencia de la Muerte y Resurrección de Jesús.  

Pero vayamos al evangelio según Marcos y el contexto precedente del Bautismo de Jesús, origen del bautismo sacramental de los cristianos. Recordemos algunas cosas que decíamos sobre el Bautismo del Señor[1]:

El Bautismo de Jesús está al inicio de su misión mesiánica. La comunicación del Espíritu era un signo por el que se reconocería la llegada del Mesías. ¡Aquel sobre el que descendería el Espíritu Santo y que bautizará con el Espíritu Santo es el Mesías!

El Espíritu de Dios descendiendo de los cielos como una paloma recuerda al soplo vivificante de  Dios Creador planeando sobre las aguas en la creación (Génesis 1, 2). Porque Jesús el Mesías venía a inaugurar una nueva creación, a restaurar lo que había sido estropeado por los pecados de los hombres. Es el Espíritu vivificador y renovador que había sido profetizado que en los tiempos mesiánicos vendría sobre el Nuevo Pueblo de la Nueva Alianza.

Ha llegado el momento en que el cielo, hasta entonces cerrado, el cielo se rasga y abre para dejar caer como lluvia generosa el Espíritu Santificador y la salvación tan esperada. Ha llegado el momento en que Dios rompe el silencio y habla. Vuelve a oírse la voz del Padre.

¡El tiempo de la salvación ha llegado! Ha hablado el Padre y su voz no está restringida al Pueblo de Israel sino destinada a la humanidad entera que será como un Nuevo Pueblo renovado por el Espíritu.

Y habló Dios, y se oyó la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”.

 “Tú eres mi Hijo muy querido, en Ti tengo puesta toda mi predilección”. Desglosemos las palabras del Padre dichas a Jesús. La primera parte: “Tú eres mi Hijo muy querido”. La segunda parte: “en Ti tengo puesta toda mi predilección”.  Ambas partes dan cumplimiento a textos mesiánicos del Antiguo Testamento en cierta forma diversos pero que en la voz del Padre aparecen ahora enlazados: el Mesías es a la vez Hijo amado del Padre, el Rey y también el Siervo.

·        Tú eres mi Hijo”, como canta el Salmo 2,7  sobre el Mesías Rey: “El (Señor) me ha dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

·        En Ti tengo puesta toda mi predilecciónEstas palabras se inspiran en el canto del Siervo de Isaías 42,1: “Este es mi Siervo, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma”. El “Hijo” es el “Siervo”, quien, sin perder la filiación divina y la realeza, es presentado también como el Mesías doliente.

Es la revelación sobre Jesús Mesías a la vez Hijo de Dios e Hijo del Hombre. La identidad de Jesús no puede prescindir de ninguno de estos dos aspectos. Es el Hijo de Dios pero también será el Siervo sufriente, el Mesías a la vez Dios y Hombre, glorioso y doliente.

Cristo es el Siervo Sufriente porque, siendo Inocente, carga solidariamente con los pecados de los hombres. Por eso mismo se presenta ante Juan para ser bautizado, no por sus pecados, que no tiene, sino por pecados de toda la humanidad, que Él asume. Por la misma razón, el Siervo Sufriente colgará de la cruz.

En el Bautismo del Señor se anticipa así su Pascua, que enlaza los dos aspectos de Cristo, a la vez Sufriente y Glorioso. La Pascua de Jesús, su Martirio, será como un nuevo Bautismo, un Bautismo de Sangre. Entonces, como nunca antes, en la cruz, con mayor razón que en el momento del Bautismo en el Jordán, los cielos se abrirán, para que baje el Espíritu sobre Jesús, y se oirá la voz del Padre. “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.

Jesús Mesías Rey y Siervo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre. En cuanto es Hombre,  es presentado como el nuevo o segundo Adán de la nueva Creación.

Si el primer Adán sucumbió a la tentación, el nuevo Adán venció al tentador. Si el primero, al introducir el pecado en la historia, arruinó la obra del Creador, en el nuevo Adán la creación es restaurada. Por la desobediencia de uno se introdujo el pecado, por la obediencia de Cristo la salvación. El tema de los dos Adán ha sido tratado por el apóstol san Pablo en varios lugares. 

El Espíritu, el mismo que bajó sobre Él como una paloma desde el cielo abierto (Mc. 1, 10), el que le señaló como el Mesías y el nuevo Adán, dice el evangelista san Marcos que, inmediatamente  llevó a Jesús al desierto (Mc. 1, 12).

Allí pasó Jesús 40 días y fue tentado por Satanás (Mc. 1, 13). El Espíritu lo revistió de fuerza y lo impulsó inmediatamente a la cancha para luchar contra Satanás. Porque el Mesías, el Hijo predilecto de Dios, es también el Siervo Sufriente, solidario en todo con el hombre menos en el pecado, y por ello se sometió a la tentación y se mostró fuerte luchando contra Satanás, contra el mal. 

Por este camino, difícil, complicado, hasta el desenlace final de la Pasión y muerte en la cruz,  como en un nuevo Bautismo, redimirá a los hombres del pecado. Él es el nuevo Adán, por ello escribe san Marcos que “vivía con las fieras” (Mc. 1, 13),  un detalle ausente en los otros evangelistas, en armonía con la naturaleza, con la creación, como en la primera creación antes del pecado; Él es una nueva creatura, el primogénito de la creación renovada.

Él, Jesús, es el arco iris, sobre todo en la cruz, en la Pascua, signo de la reconciliación definitiva de la humanidad con Dios.

La novedad iniciada por Jesús se pone de manifiesto en lo que sigue del texto (Mc. 1, 14-15). Después del arresto de Juan Bautista, Jesús comenzó a predicar en Galilea, escribe san Marcos. Porque Juan Bautista debía pasar, hacerse a un lado; él representaba lo antiguo, Jesús lo nuevo.

Y la predicación de Jesús se resume en estas palabras, que hablan también de novedad: “El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios: arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia”.

El mismo Espíritu que llevó a Jesús al desierto fue el que le movió a anunciar el cumplimiento de los tiempos mesiánicos y la cercanía del Reino. El Espíritu del Mesías, presente en el Bautismo de Jesús, en las tentaciones del desierto y en la predicación de Jesús es el eslabón que une estos tres segmentos del primer capítulo del evangelio con una unidad orgánica. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Iglesia María Auxiliadora en María Grande, Entre Ríos,

y Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Sábado 28 de febrero y Domingo  1° de marzo de 2009



[1] Hernán Quijano Guesalaga, Bautismo del Señor, Homilía, Valeria del Mar, 11 de febrero de 2009.