Domingo de Pascua: La Resurreccion del Señor, Ciclo B

San Juan 20, 1-9: El discípulo amado vio y creyó

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Hechos de los apóstoles 10, 34a.37-43; Carta de san Pablo a los cristianos de Colosas  3, 1-4; Evangelio según san Juan 20, 1-9

EL DISCÍPULO AMADO VIO Y CREYÓ

Cuatro son los actores de este relato evangélico de san Juan. Uno es Jesús, el Señor Resucitado, los otros tres, por orden de aparición: una mujer, María Magdalena, Simón Pedro y “el discípulo al que Jesús amaba” (Jn. 20, 2),  que resulta ser el protagonista, después de Jesús.  Es el autor del evangelio, aunque no se nombra a sí mismo, y por la manera en que se designa se incluye como prototipo de todos los fieles: “el discípulo amado”.

No es ésta la historia de la Resurrección de Jesús, que, en cuanto tal, no ha sido directamente experimentada por ningún testigo que pueda contarla. Se trata de nuestra fe en Jesús Resucitado.

El pasaje evangélico nos habla del itinerario de la fe en Jesús Resucitado tal como se fue dando en la mañana del domingo de Pascua en estos tres testigos, con la precedencia que ya tenía Simón Pedro en la primera comunidad cristiana. Pero, sobre todo, se refiere al camino de la fe del discípulo amado, el que corrió más y llegó primero al sepulcro vacío, aunque no ingresó antes que Simón Pedro, respetando su precedencia, el discípulo que, entrando a la tumba, “vio y creyó” (Jn. 20, 8).

Juan no es el único que aparece “corriendo” en este relato. La primera que corre es una mujer, María Magdalena. Había ido al sepulcro en la mañana muy temprano, cuando todavía estaba oscuro. Y aunque sólo vio la puerta abierta, sin entrar a la tumba, corre a avisarles a Simón Pedro y a Juan. Le mueve el amor al Señor, pero aún no tiene suficiente fe en su Resurrección; “estaba oscuro” (Jn. 20, 1) todavía para ella. La noticia que lleva tan de prisa es que han robado el cuerpo de Jesús.

Por amor al Maestro va María Magdalena y van las otras mujeres (ella no estaba sola) al sepulcro antes del amanecer del domingo. ¿No ocurre así cuando muere un ser querido, frente a su cuerpo, sus cosas, su sepultura?

Es el amor el camino para descifrar la clave del sepulcro vacío, las vendas y el sudario.

Me parece importante destacar la relación, y precedencia, del amor con respecto a la adhesión intelectual de la fe del creyente. El amor dispone a creer. Se dice de Juan que es el discípulo amado aún antes de consignar que es un creyente. Es la experiencia del amor de Dios la que dispone al discípulo para creer.

Simón Pedro y Juan se dirigen juntos al sepulcro, los dos corriendo, aunque Juan, el discípulo amado, corriendo más rápido que Pedro. A ellos también les mueve el afecto al Señor, por eso corren, pero, aunque al inicio no creían, sorprendidos por la noticia que les llevó la mujer, corren para indagar qué ha ocurrido.  Corren porque su amor al Maestro es muy grande, y, al llegar,  no se quedan fuera del sepulcro, sino que ingresan en él, Simón Pedro antes que Juan. Y habiéndose acercado y profundizado más que María Magdalena, se dice del discípulo amado que “vio y creyó”.

¿Por qué se subraya de Juan que “vio y creyó”? Porque era el discípulo amado, el que por el amor se había mejor dispuesto a la fe. El que corrió más y llegó antes (y la razón de esto no debe atribuirse sólo a su juventud), aunque entró al sepulcro después que Pedro, fue aquel de quien se dice primeramente que creyó.

Aunque también Juan tuvo un progreso en su fe: al llegar a la tumba, apenas se asomó (“inclinándose”, Jn. 2, 5), y después entró, y sólo entonces dice que “vio y creyó”.

¿Qué viste Juan que te llevó, sin mediar razonamiento o discurso, a la inmediata convicción de creer? Viste los signos del sepulcro vacío, y las vendas y el sudario. Probablemente recordaste cómo el Señor había resucitado a Lázaro mandando desatarle las vendas que le impedían caminar (Jn. 11, 44). Esas vendas en el suelo te hablaron de que el Señor ya no estaba sujeto a las vendas ni a las ataduras de la muerte. Aquel que había podido resucitar a Lázaro, pudo librarse a Sí mismo de la muerte, según había prometido. Las vendas y el sudario, te hablaron, discípulo amado, de la victoria de Jesús sobre la muerte. Sólo para el discípulo amado esos signos adquieren ese significado que le reconducen a la Persona de Jesús Resucitado.

El proceso de la fe pascual de los primeros testigos de la Resurrección de Jesús irá madurando a lo largo del tiempo que media desde ese primer Domingo hasta Pentecostés, cuando venga el Espíritu. Con la ayuda del Espíritu, recordando la Escritura, y lo que Jesús había profetizado y prometido, se echará nueva luz, y comprenderán.

Por amor los discípulos han guardado las palabras del maestro, por amor las recuerdan, recuerdan que anunció su muerte y su resurrección, y entonces creen.

Nosotros los fieles, discípulos amados, leyendo las Sagradas Escrituras, creemos. Creemos, no como la conclusión de un proceso de argumentación racional, sino como una adhesión casi intuitiva que brota del amor.

Para comprender cuánto nos ama Dios, miren, contemplen al que resucitó, para ver y creer,  cuánto nos amó. El amor de Dios se manifiesta más en la Resurrección que en la misma Pasión de Jesús. Miren al que resucitó, para ganar amor, como decía san Ignacio de Loyola. Nuestra respuesta al amor de Dios, que siempre tiene la iniciativa, porque Él nos amó primero, es la fe y el amor.

A esos discípulos, que fueron los primeros testigos, el amor los llevó a la fe, el amor los llevó al encuentro con Cristo Resucitado. Y Él se les apareció. Y por el amor lo reconocieron. Y ellos fueron testigos (1° lectura, Hechos).

En la Eucaristía experimentamos en la fe el encuentro con Cristo Resucitado, reeditamos aquel “vio y creyó” de San Juan; impulsados por el amor, como María Magdalena y Pedro y Juan,  buscamos a Jesús, aunque no en el sepulcro vacío, a Jesús Resucitado, no sujeto por las vendas o cubierto por el sudario, sino al que está vivo. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 23 de marzo de 2008