III Domingo de Pascua, Ciclo B

San Lucas 24, 35-48: Les mostró sus manos y sus pies

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Hechos de los apóstoles 3, 13-15. 17-19; 1º carta de san del apóstol san Juan 2, 1-5; Evangelio según san Lucas 24, 35-48 

LES MOSTRÓ SUS MANOS Y SUS PIES 

El pasaje evangélico que leímos viene a continuación del relato de la aparición de Jesús Resucitado a los discípulos de Emaús, la misma tarde del domingo de la Resurrección.

Resulta llamativa la insistencia del evangelista en los estados de ánimo de los discípulos: “atónitos y llenos de temor, creían ver un fantasma”, “¿por qué están turbados y dubitantes?”, y luego escribe: “era tal la alegría y la admiración que se resistían a creer”. Se señala un cambio en ellos, de estados de ánimo negativos a estados de ánimo positivos. ¿Qué fue lo que les hizo cambiar de un polo al otro?

Las palabras persuasivas, pacificadoras (“La paz esté con Uds.”) del Señor y sobre todo su presencia y sus gestos convincentes: “Miren mis manos y mis pies, soy Yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene  carne ni huesos como ven que Yo tengo. Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies”; “¿Tienen aquí algo para comer? Ellos le presentaron un trozo de pescado asado: Él lo tomó y lo comió delante de todos”.

Aparece claramente la intención de Jesús de manifestar que no le eran desconocidas ni dejaba de tener en cuenta las dudas ni los sentimientos de los discípulos. Él estaba al tanto, es más, con realismo había previsto el desconcierto, el desaliento y la tristeza de ellos a causa de su muerte y extrañando su presencia. Su corazón de pastor se solidariza y hace cargo de la condición de sus discípulos abrumados que hasta se asustan al verle y cuando el ánimo de ellos ya había cambiado a la admiración y a la alegría aún se resistían a creer. Por ello Jesús les pregunta, no porque no sepa la respuesta, sino para mostrarse con interés, afectuoso: “¿Por qué están turbados?”.

Se manifiesta también con claridad la intención del Señor en mostrar, exhibir sus manos y sus pies para que sus discípulos los vean y los toquen. Y así se convenzan de que no es un fantasma, ni una realidad virtual ni digital, una alucinación o ilusión, un holograma ni una farsa. “Un fantasma no tiene  carne ni huesos”.

Con esta actitud bien realista, encarnada, Jesús nos está hablando de su condición humana. Más acá de su condición divina, el Hijo “se ha hecho carne”, o sea verdadero hombre, compuesto de alma espiritual pero también de cuerpo material. A esa carne se refiere cuando dice que “un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que Yo tengo”.

En razón de la condición humana del Mesías, como les dice el Señor a sus discípulos, debía cumplir lo que “estaba escrito”, o sea, debía sufrir y debía morir para después resucitar.

¡Hasta tal punto se ha hecho Dios solidario con los hombres, que sufrió y murió! Por ello, no debe extrañarnos la familiaridad de Jesús con la turbación y las dudas de sus discípulos. También eso de alguna manera “estaba escrito” y debía cumplirse. Por ese camino sus discípulos participaron del sufrimiento, reeditaron el sufrir del Mesías, de tal modo que pasando por la muerte llegaran a la resurrección, pasando por la tristeza arribaran a la alegría.

Con actitud de buenos discípulos, abiertos a la novedad de la Pascua, dejemos que el mismo Jesús nos abra la inteligencia para comprender las Sagradas Escrituras. Que el estupor y la alegría no nos haga lentos para creer. ¡Creamos que la realidad de la Resurrección del Señor, verificada por los primeros testigos que vieron y tocaron al Mesías Glorioso, y con Él comieron, creamos que esa verdad puede iluminar y dar sentido a todas las enseñanzas y gestos de Él y a toda nuestra vida, nuestro sufrir y morir! ¡Animémonos a mirar y tocar al Resucitado con los ojos y las manos de nuestra fe! ¡Estemos dispuestos a que a través nuestro se cumpla la Escritura que también anunció que debía predicarse su Pascua y la conversión de los pecados a todas las naciones!

A nosotros también, discípulos y testigos, nos muestra sus manos y sus pies, para que seamos testigos. Con nosotros también come, no ya pez asado, sino su propio Cuerpo, en la mesa eucarística, para confirmar nuestra fe y que seamos sus testigos. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 26 de abril de 2009