XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6: El asombro lleva a la fe

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Ezequiel  2, 2-5; 2° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 7-10; Evangelio según san Marcos 6, 1-6 

EL ASOMBRO LLEVA A LA FE

El asombro, la admiración, por las palabras de Jesús, que manifiestan su sabiduría, y por sus milagros, que muestran su poder, en definitiva el asombro o la admiración de la Persona del Señor, deberían conducir a creer en Él, deberían llevar a la fe.

Pero no es esto lo que ocurre con algunos de los protagonistas de este episodio aquel sábado en la sinagoga de Nazaret, después de la predicación de Jesús.

El asombro llevó a esa “multitud” (Mc. 6, 2) a formularse algunas preguntas. Normalmente ocurre así. Cuando algo llama la atención por lo inusual, extraordinario, no esperado, el fenómeno despierta preguntas, inquieta, interpela, porque se busca explicar lo sucedido. Así sucede en la vida cotidiana, cuando algún hecho rompe precisamente lo cotidiano o habitual. Si se profundiza la investigación y se intenta dar respuesta a las preguntas suscitadas, se da el siguiente paso que es el de la sabiduría. Los filósofos dicen que así tuvo origen la filosofía, del ocio y la admiración, seis siglos antes de Cristo.

Esos hombres de la sinagoga de Nazaret se preguntaron asombrados: ¿de dónde sale esa sabiduría, esos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el pariente de Santiago y José, Judas y Simón, y también otras que viven aquí? (Mc. 6, 2-3). Pero escribe el evangelista que esto, precisamente las preguntas, era para ellos un obstáculo para creer (Mc. 6, 3).  Ellos no dieron el paso de la admiración y las preguntas a la fe, se quedaron a medio camino.

¿Cuál fue el impedimento, el muro, la piedra del camino, la obra vial en construcción o el “piquete”[1] que frenó el viaje de esos hombres de la admiración a la fe? Lo que los alejó de Jesús, paradojalmente, fue nada menos que aquello que los acercaba a Él: lo que hacía de Jesús uno más entre ellos, su condición humilde, pobre, su oficio de carpintero, la familiaridad local, los recuerdos que tenían de su vida “normal” en Nazaret.

Por eso mismo Jesús citó un refrán que era muy conocido en la antigüedad: no hay profeta en su tierra (Mc. 6, 4).

Y por su incredulidad, aquellos hombres se perdieron los milagros que Jesús estaba dispuesto a hacer entre ellos (Mc. 6, 5). La fe es condición para recibir la salvación que viene a traer Jesús. Quien no da este paso no se dispone a recibir el reino de Dios. La salvación no es impuesta ni se da de modo automático, no consciente ni libre, o bajo anestesia[2].

Los milagros que viene relatando san Marcos en los versículos precedentes hablan de la necesidad de la fe: “¿no tienen fe?”, les reprochó Jesús a sus discípulos en la barca después de haber calmado la tempestad (Mc. 4, 40), “tu fe te ha sanado” le dijo a la hemorroisa curada (Mc. 5, 34), y “no temas, basta que tengas fe”, dirigiéndose a Jairo antes de resucitar a su hija muerta (Mc. 5, 36).

Si el Señor hace milagros es para despertar o confirmar la fe, de modo que se abran libremente las puertas de los corazones de los hombres para que Él entre. Jesús espera la fe, busca la fe. Jesús se entristece con la incredulidad de los que no creen porque ella frustra la voluntad salvífica universal de Dios. Por ello, Jesús se sorprende de la incredulidad de aquellos de Nazaret (Mc. 6, 6). La podía prever pero no era lo que esperaba, lo que soñaba, lo que quería su amor salvador.

Muchos en Nazaret no creyeron. Sin embargo, en Nazaret hubo quienes creyeron en Jesús. Y Él sanó a algunos enfermos (“unos pocos”) a quienes impuso las manos (Mc. 6, 5). Entre estos enfermos se quebró el refrán “nadie es profeta en su tierra”.

A pesar de la incredulidad prevista, aún de muchos, en orden a y por el bien de los que, maravillándose se formulen preguntas y finalmente crean, aunque sean pocos, Jesús no dejó de predicar allí.

En la primera lectura de hoy (Ezequiel 2, 2-5), leemos justamente cómo Dios envía al profeta a proclamar Su Palabra advirtiéndole que debe hacerlo a pesar de que los israelitas sean un pueblo rebelde, obstinado, de corazón endurecido, sea que le escuchen o se nieguen a hacerlo.

No, Jesús no dejó de proclamar su Palabra en Nazaret a pesar del rechazo de sus compueblanos. Seguramente con dolor por el rechazo. Con pena por el amor que les tenía. No dejó de proclamar su Palabra y recorría los pueblos vecinos, enseñando (Mc. 6, 6).  

Cuando nosotros encontramos dificultades, resistencia a la proclamación del evangelio, cuando la buena noticia del reino choca con la indiferencia o en todo caso plantea preguntas que más que búsquedas son cuestionamientos a la fe, no debemos desanimarnos.  Nuestras miserias y debilidades, las miserias y debilidades de la Iglesia,  son muchas veces las objeciones y obstáculos para creer que nos presentan nuestros contemporáneos. ¿De dónde esa sabiduría que predican? No dejemos de predicar ni nos cansemos de hacer el bien. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Paraná, Argentina

Domingo 5 de julio de 2009



[1] Se llama así en Argentina a la interrupción temporal de la circulación por una ruta o calle por parte de una manifestación popular que reclama o protesta por algún motivo.

[2] Incluso el sacramento del bautismo administrado a los niños, eficaz por sí sólo para la salvación,  requiere ser ratificado y asumido consciente y libremente cuando se adquiere el uso de razón.