XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 30-34:
La compasión del Pastor

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Jeremías 23, 1-6; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 13-18; Evangelio según san Marcos 6, 30-34\ 

LA COMPASIÓN DEL PASTOR

\El domingo pasado proclamamos el texto del Evangelio según san Marcos que nos narra el llamado y envío que hizo Jesús de los doce apóstoles (Mc. 6, 7-13).

Recordemos que para que no se engañaran figurándose que el poder sobre los demonios les era propio, para que no olvidaran que los logros no serían cosecha propia, Jesús prescribió a los Apóstoles que no llevaran ni comida (pan), ni equipaje (alforja), ni dinero, y a la vez les permitió no más que un solo bastón, por calzado modestas sandalias y una sola muda de ropa (túnica), o sea: justo y no más que lo necesario.

Y les mandó que en los viajes misioneros permanecieran hasta marcharse de un pueblo en la misma casa en la que fueren recibidos (Mc. 6, 10). Y sacudir el polvo de los pies como protesta contra quienes no los recibieran y escucharan (Mc. 6, 11).

Jesús había previsto y anticipado a los Apóstoles que podía darse una resistencia frente a la Palabra de Dios.   

A continuación de Mc. 6, 7-13 sigue el texto que leemos en el presente domingo: Mc. 6, 30-34 (salvo el paréntesis  de los v. 14 a 29 sobre la muerte de Juan Bautista). Hay continuidad entre Mc. 6, 7-13 y Mc. 6, 30-34: en ambos casos Jesús toma en cierta forma distancia de la multitud a la que se debe, para dedicarse en la intimidad a estar con sus discípulos. Los envió y les dio instrucciones (Mc. 6, 7-13). Envió a los doce apóstoles. En Mc. 6, 30-34 el evangelista, usando la palabra “apóstoles”, que significa enviados, dice que ellos estaban otra vez con Él, como de vuelta de su envío, reunidos con Jesús.

Sin embargo, este repliegue pastoral es sólo una pausa, necesaria para hacer una evaluación y recuperar fuerzas, pero no es algo permanente, porque los enviados siempre deben estar dinámicamente en camino, los pastores en función de las ovejas. El mismo Maestro, estando a solas con los apóstoles, afinará su oído pastoral para escuchar la campana que marcará el fin del “recreo”: el llamado de las ovejas que le salieron al encuentro casi en una persecución o asedio, buscando su enseñanza, buscándole a Él.

El corazón pastoral de Jesús se compadeció de esa multitud que se le había adelantado, corriendo por la orilla, sintió compasión “porque eran como ovejas sin pastor”.

Creo que este verso es el más importante de todo el pasaje. ¿No podríamos quedarnos, demorarnos, contemplando la compasión, el amor de Dios para con los hombres? Sólo si de esa contemplación surge la motivación para un mayor compromiso del pastor para ocuparnos de las ovejas. Jesús no dudó un instante, después de la compasión, que debió haber ocurrido no sin emoción y sentimiento manifiesto, dejó a sus Apóstoles y se puso a enseñarles. ¡Así responde el amor de Dios a la búsqueda de los hombres!

En Jeremías 23, 1-6, que proclamamos como primera lectura, escuchamos la queja de Dios contra los pastores que pierden y dispersan el rebaño de su pastizal. Dios promete ser Él mismo el Pastor que congregue nuevamente a las ovejas dispersas y las haga volver a sus praderas, y promete suscitar pastores que las apacienten y mantengan congregadas. Esa profecía se cumplió en Jesús. Él es el Pastor Bueno. Él es el germen justo, el Rey prudente que practicará la justicia y el derecho y traerá la salvación.

Las “ovejas sin pastor” que arrancaron la compasión de Jesús e interrumpieron su merecido solaz con los Apóstoles en el lago fueron un nuevo reclamo contra los malos pastores que pierden y dispersan a las ovejas (Num. 27, 17: Moisés pide a Dios un jefe que le suceda al frente de la comunidad para que ésta no quedara como rebaño sin pastor; 1 Reyes 22, 17: el profeta Miqueas ve a Israel desparramada por los montes como ovejas sin pastor).

El texto evangélico es una página de la historia del Pastor Bueno y los pichones de pastores que Él quería fueran también pastores buenos, pastores de corazón palpitante por orillas donde desembarcar, orillas de ovejas dispersas que es necesario congregar, orillas de convocatoria, de búsqueda, de espera, de avidez, de hambre y sed de la Palabra de salvación que debe ser predicada; orillas de comunidades sin cabeza, guía, pastores...

El texto evangélico es una página de la historia del Pastor Bueno y los pichones de pastores que Él quería fueran también pastores buenos, pastores que gusten de tanto en tanto de navegar con Él, a solas, a lugares apartados, a descansar y reponer fuerzas, en la intimidad con Jesús, pastores que tengan el privilegio de escuchar y responder a la invitación de Jesús: “Vengan Ustedes solos a un paraje despoblado” (Mc. 6, 31).

Se ha visto en esta invitación una clara afirmación de la necesidad de la oración personal del pastor. Una oración hecha de estar a solas con Jesús como pausa en la acción apostólica, de rendirle cuentas a Él y de “contarle todo”, todo lo realizado y enseñado (Mc. 6, 30). Para fortalecerse y continuar después los pastores haciendo el bien y enseñando. Para fortalecerse, sobre todo ante la contrariedad o el rechazo de la Palabra por ellos predicada.

Es toda la Iglesia (no sólo los pastores, que podemos identificar con los sacerdotes), la que está aquí representada en los doce Apóstoles, toda la Iglesia la que es invitada a la oración, así como a la compasión y a la enseñanza.

No para escapar de la multitud, porque Jesús, si hubiera querido huir, se podría haberse hecho invisible, alejándose en el lago de la multitud. Pero no, de algún modo Él quiso que de lejos, la multitud, las ovejas sin pastor, le vieran marcharse, le siguieran con la mirada, y fueran, corriendo, adelantándoseles, hasta el lugar del desembarco, en la otra orilla. Seguramente Él también, les seguía, con la mirada, desde la barca, para que no continuaran siendo ovejas sin pastor.

Que no sea nuestro modo de vivir como Iglesia una barca que no haga puerto en ninguna orilla. Ésa sería una posición cómoda, ¡Miremos el mundo, las orillas donde desembarcar! ¡Cuántas ovejas sin pastor! Que no conocen a Jesús porque nadie les ha hablado de Él, ni se ha puesto a enseñarles, ni les ha mostrado la compasión de Dios…. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Paraná, Argentina

Domingo 19 de julio de 2009