XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35: ¿De qué tienes hambre?

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Éxodo 16, 2-4. 12-15; Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 17. 20-24; Evangelio según san Juan 6, 24-35 

El día anterior, en la otra orilla del lago, Jesús había realizado el milagro de la multiplicación de los panes, dando de comer a una multitud. La gente había querido proclamarlo rey, pero Jesús huyó, a la montaña, Él solo (Jn. 6 1-15).

Por la tarde de la misma jornada, sus discípulos subieron a la barca y se fueron, navegando hacia Cafarnaúm. Los sorprendió una tormenta marítima pero Jesús les alcanzó apareciéndoseles, caminando sobre el agua, y tranquilizándoles: “Soy Yo, no teman” (Jn. 6, 16-21).

“A la mañana siguiente”, dice el texto, “hoy” para nosotros, la gente, que había quedado en la otra orilla, busca a los discípulos de Jesús, que se habían ido solos, y busca a Jesús. Y, buscando a Jesús, se embarcan y se dirigen hacia Cafarnaúm, donde suponen le van a encontrar, y efectivamente le encuentran (Jn. 6, 22-25).

A esta altura podríamos nosotros preguntarnos, ¿por qué le buscan? O: ¿qué buscan en Jesús? Sin embargo, la búsqueda es ya un hecho positivo. Esa multitud había quedado prendada, fascinada por Jesús, aunque todavía no habían descifrado la señal o signo de la que habían sido testigos cuando “el Señor dio gracias y ellos comieron el pan” (Jn. 6, 23).

Encuentran a Jesús y antes que nada, llamándole “Maestro” (veremos que más adelante le reconocerán como “Señor”), quieren explicar su misteriosa desaparición de la otra orilla y su aterrizaje en Cafarnaúm, una secuencia que ellos se habían perdido: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?” (Jn. 6, 25).

En todo caso, diríamos nosotros: ¿No es ésta una pregunta secundaria? ¿Le buscaban sólo para preguntarle cómo y cuándo había pasado a la otra orilla? ¿Era éste un reproche porque Jesús había huido de ellos cuando, entendiendo insuficientemente el sentido del signo de la multiplicación de los panes, quisieron hacerle rey?

Jesús les responde poniendo al descubierto la verdadera motivación de su búsqueda. “No me buscan por los signos que han visto sino porque se han hartado de pan”. Entendieron poco y nada.  “Trabajen no por un alimento que perece sino por un alimento que dura y da vida eterna” (Jn. 6, 26-27).

Prestemos atención a la contraposición que hace Jesús entre estos dos tipos de alimentos, uno temporal, que tiene fecha de vencimiento, que se acaba, que aunque sirva para dar la vida no la garantiza para siempre, y otro un alimento perdurable que da la vida eterna. La maravillosa pedagogía del “Maestro”, sobre la base de la motivación de esa búsqueda de la gente, incipiente, insuficiente, y por el momento equivocada (le buscan porque se han hartado de pan), avanza para hacerles pasar, como por un trampolín, de la comprensión del alimento perecedero a la de un alimento que dura y da la vida que no tiene fin.

La expresión “vida eterna” marca ya la trascendente diferencia de este nuevo alimento del que Jesús les habla en la otra orilla del milagro de la multiplicación de los panes. Y todavía añade Jesús que ese alimento duradero que da la vida eterna es el que les dará el Hijo del Hombre, en Quien Dios Padre ha puesto su sello (Jn. 6, 27). Sigue avanzando el Señor llamando la atención sobre su Persona, ya que aquel signo, el milagro de la multiplicación de los panes, le manifestaba precisamente a Él, aunque la multitud aún no lo había comprendido. Él es más que un “maestro”, Él es el Hijo del Hombre, el sellado, ungido por el Padre, imagen del Padre, igual al Padre. Y por eso podrá alimentar a la multitud con ese pan que da la vida eterna.

El encuentro de Jesús con esa gente se parece mucho al diálogo de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn. 4, 1-28). Ahora ellos interrogan, no para dejarse todavía conducir por lo que el Señor acaba de decirles sobre el pan imperecedero que da la vida eterna, sino para plantearle una cuestión religiosa que los inquietaba: “¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?”. Y Jesús les contesta yendo mucho más allá: “La obra de Dios consiste en que ustedes crean en aquél que Él envió” (Jn. 6, 28-29). Lo que importa es la fe, la fe en el enviado de Dios, en el Hijo del Hombre en quien Dios Padre ha puesto su sello, en Aquel que puede darles el pan de la vida eterna.

Entienden ellos que Jesús les estaba pidiendo que creyeran en Él y le piden credenciales, le piden una señal, un signo para que ellos puedan creer en Él (Jn. 6, 30). ¿Acaso no les había dado ya Jesús como señal o signo el milagro de la multiplicación de los panes? Pero ellos todavía no habían entendido, se habían quedado con el alimento perecedero y no habían saltado al pan de la vida eterna. No se salvan por las obras que hagan, no siquiera por el cumplimiento de la Ley, sino que más bien, más que salvarse serán salvados por la fe en Jesús. Jesús el Salvador supera a la Ley.

Ellos piden una señal, dicen, como Moisés hizo una señal cuando dio de comer a sus antepasados con el maná del desierto. Jesús les corrige y les ayuda a trascender el mismo signo del pasado: no fue Moisés sino mi Padre el que dio de comer el maná, es mi Padre (¡le llama su Padre!) el que les da (en presente, ya no es en el pasado) el verdadero pan del cielo. Y ahora otra contraposición, entre el maná como pan del cielo del pasado, y el verdadero pan del cielo que da (en el presente) su Padre. Para que comprendieran que aquel primer pan del cielo, el maná, prefiguraba un nuevo pan del cielo que habría de venir y ya estaba entre ellos, el “pan de Dios que baja del cielo y da vida al mundo” Jn. 6, 32. El Padre, su Padre, a través de Él, de Jesús, cual nuevo Moisés, les daba de comer el verdadero pan del cielo. El verdadero pan del cielo equivale al alimento imperecedero que da la vida eterna.

Y ahora sí, los interlocutores de Jesús, ya no hacen más preguntas sino que, habiendo comprendido y aceptado, piden, ruegan: “Señor (ya no sólo “Maestro”), danos siempre de ese pan” (Jn. 6, 34). Igual que la mujer samaritana, que le dijo a Jesús: “Señor, dame de esa agua” (Jn. 4, 15)

Y Jesús responde: “Yo soy el pan de la vida”. Como a la samaritana: “Yo soy (el Mesías), el que habla contigo” (Jn. 4, 26). Yo soy el pan imperecedero que da la vida eterna, Yo soy el verdadero pan del cielo, Yo soy el Pan de Dios que baja del cielo y da vida al mundo. 

Y así, el signo se hace transparente, la multiplicación de los panes se abre para esa gente a la fe en Aquel que fue enviado por el Padre Dios para la salvación de los hombres.

“El que viene a mí no pasará hambre, el que cree en mí no pasará nunca sed” (Jn. 6, 35). A la samaritana Jesús le había dicho: “quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” (Jn. 4, 14).

Parece que hacía falta pasar a la otra orilla, no quedarse apegado al signo, pasar a lo que por el signo era significado, trascender la señal, e ir al encuentro del Señor en la desnudez del signo, en la desnudez de la fe.

El motor de la búsqueda lo había puesto el mismo Jesús: esa multitud había quedado fascinada y a pesar de que se había saciado tenía aún hambre, aunque no había todavía advertido que se trataba de otra hambre, de hambre de otro Pan. El hambre le llevó a cruzar el mar, el hambre le llevó a buscar hasta encontrar a Jesús y a interrogar a Jesús. Las preguntas parecían al inicio esquivar el contenido más importante de lo que sin saberlo buscaban que era la fe en Jesús.

A veces el hambre de las cosas materiales y temporales nos cierra al hambre de Dios. Al menos nos puede distraer de esa búsqueda fundamental que dará sentido a nuestras vidas todas.

¿De qué tienes hambre? ¿Qué buscas? ¿A quién buscas? ¿Qué te llena, satisface plenamente y aquieta cuando le encuentras? Si tienes los ojos limpios de lagañas, si quieres mirar más lejos, si buscas más allá de esta orilla, la terrena, podrás descubrir, aún en el hambre de las cosas materiales y perecederas, esa otra hambre existencial que todo hombre recto puede reconocer, el hambre de la vida eterna, el hambre de Jesús, el Salvador, el hambre de la fe, el hambre de la dimensión religiosa. 

El discurso del Pan de Vida continuará el próximo domingo. Entonces advertiremos que Jesús pasará a hablar concretamente de la Eucaristía. Mientras tanto, en esta parte del discurso, se refiere a la fe en Él.

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Paraná, Argentina

Domingo 2 de agosto de 2009