XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 17-30:
El Maestro Bueno

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Sabiduría 7, 7-11; Carta a los Hebreos 4, 12-13; Evangelio según san Marcos 10, 17-30 

EL MAESTRO BUENO 

Se acercó a Jesús un hombre adulto, uno que desde su juventud venía cumpliendo los mandamientos (según Marcos), uno de los jefes de la comunidad (según Lc. 18, 18-30),  o un joven (según Mt. 19, 16-30). 

Llegó hasta Jesús “corriendo”: movido por una insatisfacción, devorado por una pregunta en su corazón,  respondiendo a la llamada interior del amor, como los apóstoles Pedro y Juan fueron, “corriendo”, al sepulcro de Jesús, y sobre todo Juan, que llegó primero (Jn. 20, 4).

Jesús le contestó: “¿por qué me llamas bueno?, sólo Dios es bueno”. Como queriendo hacerle tomar conciencia de que estaba hablando y preguntando al mismo Dios. “Me llamas Bueno y no niego que lo sea. Sólo Dios es bueno. ¿Te has preguntado si soy Dios?”.

“Ya sabes los mandamientos”. Y le enumeró los mandamientos que se refieren al amor al prójimo. “Si los cumples heredarás la vida eterna”.  Y el hombre replicó: “Todo eso lo he cumplido desde niño”.

Y Jesús, se le quedó mirando con afecto. ¿Quién de nosotros no ha sentido alguna vez ese  impulso a salir al encuentro de Jesús para preguntarle?: “¿qué debo hacer? ¿cómo debo obrar? ¿estás contento con mi conducta?”. Y quizás, también nosotros hemos merecido alguna vez esa mirada del Maestro Bueno, mirada de complacencia y aprobación,  mirada  que recuerda la del Padre Dios a su Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.

Y Jesús le dijo “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”.

Lo llama explícitamente a algo más. En la misma línea de aquel amor que lo impulsó “corriendo” arrojó a sus pies. Y el Maestro Bueno está dispuesto a darle toda la fuerza de su Palabra (su Palabra es eficaz) para que el discípulo lo pueda seguir de veras, le promete un tesoro en el cielo y no miente, y tiene poder para cumplir lo que promete.

Sin embargo, el hombre se asustó por la respuesta del Señor y lo dejó, se volvió entristecido porque tenía muchos bienes. Como contrapunto de su entrada entusiasta, su retirada entristecido. Por falta de desprendimiento. Por temor al desapego. Por mirar para atrás. No se animó. Y lo dejó a Jesús.S e quedó con sus bienes de la tierra y se perdió el tesoro en el cielo que le prometía Jesús. Quizás se salvó, si siguió cumpliendo los mandamientos, pero se perdió un tesoro mayor. Huyó de la mirada que aprueba y alienta del Maestro Bueno; tarde o temprano se reencontraría con la mirada de Cristo Juez.

Y Jesús, “mirando alrededor” (y es la segunda mirada del Maestro en esta narración), dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil a los ricos entrar en el Reino!”. Y ante el desconcierto de sus discípulos, añadió: “Difícil es entrar en el reino a los que ponen su confianza en el dinero. Más fácil a un camello entrar por el ojo de una aguja que un rico al reino”. El apego a las riquezas, de quien tiene su corazón puesto con tal fuerza en ellas o en cualquiera de los valores terrenales, difícilmente le permite dejarse motivar por los valores del reino de los cielos. Y los discípulos, llenos de asombro y temor, comentaban: “Entonces ¿quién puede salvarse?”.

Jesús se les quedó mirando (y es la tercera mirada) y les dijo: “Imposible para los hombres pero no para Dios”. Dios lo puede todo. Pero, el hombre rico ya estaba, en su retirada, demasiado  lejos para escucharlo. A María un ángel le dijo palabras parecidas: “No hay nada imposible para Dios”. Y Ella creyó y confió. Dios lo puede todo.

Es necesario tomar conciencia de la importancia de la pregunta planteada por este hombre a Jesús. “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Es la pregunta por la salvación. Jesús dirá que es muy difícil que un rico pueda salvarse. Esta respuesta sorprende a los apóstoles hasta tal punto que se preguntan unos a otros: “¿y entonces quién podrá salvarse?”. Y Jesús afirma que todo es posible para Dios.

La pregunta por la salvación, la inquietud: “¿podré salvarme?”, acucia a todo hombre en el fondo de su corazón, lo reconozca o no, antes o después, entonces y también hoy, y es una de esas preguntas fundamentales que inquietan el corazón de todo hombre.

“¿Qué debo hacer para salvarme?”. Jesús, con su respuesta, quiere dejar bien en claro que la salvación es un don de Dios, es una gracia que Dios puede conceder si se la pedimos, y que nadie debe desesperar de la salvación, ni aún el rico.

Pero la respuesta de Jesús todavía agrega algo muy importante. El hombre lo había llamado “Maestro Bueno”, y él le preguntó “¿por qué me llamas bueno?”, y agregó: “Sólo Dios es bueno”.

Cuando Jesús dice que sólo Dios es bueno está planteando claramente, directamente, sin vueltas, la raíz del problema moral, la fuente de la vida moral del hombre, porque Dios y la bondad de Dios es la fuente de la vida moral y el bien es el fin al que la conducta humana debe dirigirse mediante sus actos buenos, cumpliendo los mandamientos de Dios. La respuesta de Jesús plantea el problema del bien y del mal, reduce la pregunta de su interlocutor a estas otras preguntas: “¿qué es el bien? ¿cuál es la fuente del bien?”. Cuando Adán y Eva pecaron en el paraíso, lo hicieron porque tuvieron la ilusión de que ellos, los hombres, podían ser conocedores del bien y del mal, podían establecer lo que está bien y lo que está mal, los mandamientos, olvidándose de que su fuente no es el hombre sino Dios.

El hombre se retira triste porque tenía muchas riquezas. Los mandamientos los había cumplido, y probablemente estaba dispuesto a continuar cumpliéndolos, pero Jesús le pedía algo más, algo más que él no estaba dispuesto a dárselo. Su tristeza no es la tristeza de aquel que ha pecado, es la pena de aquel que aún no se ha liberado de los obstáculos que le frenan para seguir al Maestro Bueno, es la tristeza de aquel que aún no se ha entregado totalmente.

La Palabra de Dios es filosa como un cuchillo, según nos dice la Carta a los Hebreos, y este párrafo del evangelista san Marcos a nosotros también nos interpela, nos conmueve, como algo tajante que no podemos evadir. ¿Buscamos a Jesús como este “hombre rico”, movidos por la insatisfacción del corazón pero sin la libertad de aquel que se ha entregado totalmente?

En realidad, Dios tiene la iniciativa, Jesús sale El a nuestro encuentro. Como nos dice el evangelista: “Jesús se puso en camino”. El “Verbo se hizo carne”, el Sembrador sale a esparcir su semilla, el Pastor a buscar la oveja perdida, el Buen samaritano viene de camino.

¿Corremos como este hombre hasta Jesús y nos postramos ante El? ¿Nos urge la pregunta “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna, para salvarme?”. ¿Merezco yo la mirada complaciente del Maestro Bueno porque hasta hoy me he esmerado por el cumplimiento de los mandamientos? Y, ¿qué diré ante la propuesta de Jesús: “sólo te queda una cosa…”?

¿Puedo aplicarme lo que Jesús dice a Pedro acerca de la recompensa del ciento por uno para quienes lo han dejado todo y le han seguido? ¿A qué he renunciado para seguirlo a Jesús? ¿He aprendido a valorar esa sabiduría que es un tesoro más valioso que todas las riquezas (primera lectura)?

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia Sagrado Corazón de Jesús y Capilla Policial san Sebastián

Paraná, Argentina

Domingo 11 de octubre de 2009