II Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 9, 28b-36: Vieron la Gloria del Hijo

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Génesis 15, 5-12. 17-18; Carta de san Pablo a los cristianos de Filipos  3, 17-4, 1; Evangelio según san Lucas  9, 28b-36 

VIERON LA GLORIA DEL HIJO

En el segundo domingo de la Cuaresma proclamamos siempre, en los tres ciclos litúrgicos, uno de los tres relatos evangélicos de la Transfiguración del Señor. Este año se proclama la versión del evangelista san Lucas.

Son elementos propios de Lucas, a diferencia de los otros dos evangelistas (Mateo y Marcos): que Jesús subió al monte a orar y que la Transfiguración ocurrió mientras Él oraba y como fruto de su oración (Lc. 9, 28-29); es el único que señala el tema de conversación de Moisés y Elías con Jesús (Lc. 9, 31), y que los discípulos “vieron la gloria” de Jesús y de Moisés y Elías (Lc.  9, 32)[1].

La Cuaresma es un itinerario litúrgico hacia la Pascua. El episodio de la Transfiguración, en Lucas, se ubica cronológicamente ocho días después del primer anuncio que hace Jesús de su Pasión, Muerte y Resurrección (Lc. 9,  22), y poco antes del segundo anuncio de su Pasión (Lc, 9, 44).

Obediente al Padre, con plena confianza filial, Jesús marcha hacia su Pascua. Éste el sentido de la inclusión, como primera lectura litúrgica de este domingo, del relato del Génesis (15, 5-12. 17-18): Abraham confió en Dios, que le prometió una tierra y una descendencia tan numerosa como las incontables estrellas del cielo, y Dios no lo defraudó y selló con él una alianza.

La obediencia al Padre. Por ello, en el centro del texto de la Transfiguración está la voz del Padre desde la nube que reconoce a Jesús como su Hijo Elegido y manda escucharle (Lc. 9, 35), o sea, seguir su camino de obediencia filial a Dios.

La Transfiguración en la montaña (el Tabor, según la tradición) fue una anticipación, provisoria y breve, de la gloria de la Resurrección del Señor.  

La primera finalidad de esta manifestación del Padre que llama a Jesús su Hijo Elegido, es la de fortalecer al mismo Jesús ante la Pasión y Muerte como paso previo antes de la gloria de la Resurrección. El evangelista san Lucas (Lc. 9, 31), escribe que, con Moisés y Elías, Jesús hablaba de su partida, su éxodo, que se iba a consumar en Jerusalén, o sea de su muerte (sólo Lucas  señala de qué hablaban, ya se dijo más arriba). La Transfiguración es la respuesta robustecedora que el Padre dirige a Jesús.

En el texto a la muerte de Jesús se la llama “éxodo”. La expresión aparece ya en el libro de la Sabiduría (3, 1-3). La muerte no es un acabarse sino un viaje, un traslado hacia Dios.[2] Pero en Lc. 9, 31, el éxodo, la salida de Jesús se refiere a algo más, a su Resurrección y Ascensión, a su Pascua.[3] Y debemos relacionar esto con aquel “y vieron su gloria” (Lc. 9, 32) por parte de los tres discípulos en la Transfiguración. Vieron la gloria de Jesús Resucitado, la gloria del Hijo Elegido del Padre.

En el huerto de los olivos, cuando comience el drama de su Pasión, el mismo Jesús experimentará la oscuridad, el miedo, la tristeza, una tristeza de muerte y hasta pedirá al Padre que de ser posible aparte de Él ese cáliz. Jesús recordará las palabras de su Padre: mi Hijo Elegido, y en ellas encontrará la fuerza  para orar diciendo “no se haga mi  voluntad sino la Tuya”  (Mc. 22, 42).

El mismo Jesús fue sometido a prueba. Desde aquel primer encuentro con Satanás en el desierto (Lc. 4, 1-13), el Señor conoció la tentación, la prueba, y la pasó, la superó venciendo a Satanás y al mal, para siempre en su Pascua, mediante la obediencia filial al Padre: “no se haga mi  voluntad sino la Tuya”  (Mc. 22, 42).

A diferencia de los evangelistas Mateo y Marcos, en Lucas parece que la atención se centra en Jesús y que es Él y no sus discípulos quien se beneficia de esa experiencia mística[4]. Sin embargo, están los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan (Lc. 9, 28), como testigos. El mensaje de Jesús para sus discípulos parece ser éste: Si en los momentos de oscuridad sientes la tentación de dudar de la divinidad del Señor, vuelve a la escena de la Transfiguración, retorna a lo que has contemplado, gozado y guardado, como un anticipo cierto de lo que será el desenlace final. 

Dice el apóstol san Pablo a los Filipenses: “Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio” (Fil. 3. 20-21).

De acuerdo al contexto más amplio del relato de la Transfiguración en Lucas: Herodes se pregunta si es Juan Bautista resucitado o Elías aparecido (Lc. 9, 7-9), Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la multitud y ellos mismos que es Él y Pedro respondió “Tú eres el Mesías de Dios” (Lc. 9, 18-21)[5], este hecho, el de la Transfiguración,  quiere revelar la identidad del Señor, del Mesías, su gloria divina sin negar su condición mortal. La Transfiguración responde a la pregunta de Herodes: ¿quién es? Y a la pregunta de Jesús: ¿quién soy yo?

Jesús es el Mesías, y supera a la Ley antigua y los Profetas.

Moisés y Elías recibieron también en un monte la revelación de Dios. “Ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación en Persona”. [6] Moisés y Elías fueron en diversas circunstancias interlocutores de Dios. Eso explica su presencia junto a Jesús en la Transfiguración.

Jesús Transfigurado, en la montaña, se nos presenta cual un nuevo Moisés y nuevo Legislador en el nuevo Sinaí, un nuevo Moisés que se encuentra con Dios en medio de la nube (Ex. 24. 15-18), con el rostro luminoso (Ex. 34, 29-35), un nuevo Moisés que supera la antigua Ley y los antiguos Profetas. Por ello, la voz del Padre ordena escucharle. Por eso, después de la visión, desaparecen Moisés y Elías, y el evangelista nos dice que sus discípulos no vieron más que a Jesús solo (Lc. 9, 36).[7]  

Moisés recibió la Ley de Dios; Jesús, en cambio, es la Ley misma, la Ley viviente, toda “la Palabra” de Dios. Por eso los discípulos deben escucharle.[8]

“Escúchenlo”, dice la voz del Padre. A mi Hijo muy Elegido. No a Moisés o Elías.

Con todo, aún señalando las semejanzas entre Moisés en el Sinaí y Jesús en el Monte de la Transfiguración, podemos advertir al menos una diferencia. Después de haber hablado con Dios, la luz de Dios resplandece en el rostro de Moisés pero es una luz que le llega “desde fuera”, mientras que Jesús resplandece desde el interior y no sólo recibe la luz de Dios sino que Él mismo es la Luz.[9]

 

Para la interpretación de la Transfiguración, más claramente en la versión de san Mateo, además del trasfondo del Éxodo y la subida de Moisés al monte Sinaí, confluye también una lectura en relación a la fiesta judía de las Tiendas. La Transfiguración de Jesús habría ocurrido el último día de esa fiesta, que duraba una semana. Esta fiesta recuerda el camino de Israel por el desierto, donde, bajo la protección de Dios, vivían en tiendas (en carpas). La tienda (o carpa) tiene un significado escatológico y alude a la morada eterna de los justos en la vida futura. Cuando llegaran los tiempos mesiánicos, los justos morarían en tiendas. Los tiempos mesiánicos han llegado; Jesús es el Mesías y Él cumple en sí lo que la fiesta de las Tiendas prefiguraba. Por eso escribe el evangelista san Juan que “el Verbo se hizo carne, y plantó su tienda entre nosotros” (Jn. 1, 14). El Señor, al encarnarse, “ha puesto la tienda de su humanidad entre nosotros, inaugurando así los tiempos mesiánicos. La “tienda plantada” por Jesús es la Encarnación del Verbo de Dios, la naturaleza humana del Hijo de Dios. La verdadera y definitiva fiesta de las tiendas ha llegado. Jesús es el Hijo de Dios, así lo proclama el Padre. Y la nube es signo de la presencia de Dios (la nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios según el Éxodo). Pedro quiso darle un carácter permanente a esta presencia y encuentro con Dios, y por eso le habló a Jesús de levantar tres tiendas. Pero en ese encuentro estremecedor con la gloria de Dios en lo alto del monte, Pedro, como todo discípulo, debe aprender que hay que bajar del monte, porque sólo por la cruz, por la Pasión y la Muerte de Jesús, se llega a la Resurrección.[10] Pedro no comprende del todo todavía: pide tres tiendas (tres carpas); la Tienda es una: es Cristo.

 

Hay una indudable relación entre la Transfiguración del Señor y el Bautismo, el Bautismo de Jesús y nuestro propio bautismo sacramental. La voz  que el Padre Dios hace oír en el Bautismo de Jesús dice casi las mismas palabras: “ eres mi Hijo querido, mi predilecto” (Lc. 3, 22). En la Transfiguración, se cambia de segunda a tercera persona,  la voz del Padre ya no se dirige sólo a Jesús sino a todos. Por ello dice el Padre: “Éste es mi Hijo Elegido. Escúchenlo” (Lc. 9, 35).

Por el Bautismo sacramental, los cristianos participamos, por adopción, de la condición filial del Hijo Elegido, su relación con el Padre y su deber de obediencia a la Voluntad del Padre. 

En la liturgia bautismal, el signo de la luz del cirio pascual nos recuerda también al Señor Transfigurado, resplandeciente, de quien todo bautizado debe ser reflejo.  Por el Bautismo somos “revestidos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz”.[11]

También los vestidos blanqueados en la Transfiguración aluden a los vestidos blancos de los elegidos lavados en la sangre del Cordero, según el Apocalipsis. De esta forma, también el rito bautismal de la vestidura blanca se refiere al vestido original del que fuimos despojados por el pecado y que este sacramento nos devuelve.

 

 En la Eucaristía que estamos celebrando, junto a Jesús subamos al monte, participando de este alimento que es anticipo del banquete de la gloria. Como Pedro a Jesús, en la misa digamos “Maestro, ¡Qué bien se está aquí!” (Lc. 9, 33). Debemos aprender a escucharle, y a imitarle en su obediencia filial a la voluntad del Padre.

 

Nos dice, por otra parte, el Apocalipsis (Apoc. 12, 1) que, al fin de los tiempos, como desde un observatorio o atalaya, desde el monte Sión, será contemplada una mujer vestida de sol, la Bienaventurada Virgen María. Ella, transfigurada en la gloria, es la Madre del Transfigurado. El cuerpo transfigurado de Cristo había sido tomado de su carne. En Ella plantó su Tienda (su Humanidad) el Verbo de Dios.

“Vieron su gloria”, la gloria de Jesús. Y la de Moisés y Elías. Veremos la gloria de Jesús. Y la gloria de ella. 

 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 28 de febrero de 2010



[1] Benoit, Boismard, Malilos: Sinopsis de los cuatro evangelios, II,Bilbao, Desclée de Brouwer, 1976, pág. 235 y Rivas, Luis: Jesús habla a su pueblo, Ciclo C, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, Buenos Aires, CEA, 2002, pág. 107 sobre la frecuencia con que en el evangelio de san Lucas se dice que Jesús se retira a orar.

[2] Benoit, Boismard, Malilos: Sinopsis de los cuatro evangelios, II,Bilbao, Desclée de Brouwer, 1976, págs. 237-238.

[3] Rivas, Luis: Jesús habla a su pueblo, Ciclo C, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, Buenos Aires, CEA, 2002, pág. 108.

[4] Benoit, Boismard, Malilos: Sinopsis de los cuatro evangelios, II,Bilbao, Desclée de Brouwer, 1976, pág. 235.

[5] Cf. Rivas, Luis: Jesús habla a su pueblo, Ciclo C, Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, Buenos Aires, CEA, 2002, págs. 106-107.

[6] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 361-363.

[7]  Ver nota de la Biblia de Jerusalén a Mt. 17, 1-13.

[8] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 368-369, citando a H. Gese y R. Pesch.

[9] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 361-362.

[10] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 356-370.

[11] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 362.