Jueves Santo

San Juan 13, 1-15: Es, el Señor, quién se arrodilla

Autor: Padre Javier Leoz

 

 

1.- Jueves Santo es el día de la cena eucarística acompasada de un gesto que, dejó desconcertados, a más de un discípulo: Jesús lavando los pies

Cuando somos invitados, además de una buena mesa; ¿No agradecemos los detalles que tiene el anfitrión con nosotros? ¿No es mejor un buen ambiente que unos suculentos alimentos?

2. Era costumbre entre los judíos ofrecer a los invitados la oportunidad de asearse los pies. Los caminos polvorientos daban una ocasión propicia para que el señor de la casa, a través de los siervos, honrase a los visitantes de esta manera.

Lo extraordinariamente nuevo del relato evangélico es que, no es un discípulo quien se humilla para lavar los pies, es el mismo Cristo (quien siendo Señor) realiza este gesto como enseñanza, indicación y condiciones para ser sus testigos: “si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

A partir de ese momento, aunque todavía estaban sostenidos en el aire los ecos de las bienaventuranzas, cambia el orden de valores para entender y comprender el fundamento de la comunidad cristiana: quién más sirve es el mas importante a los ojos de Dios y cuenta con el beneplácito del Maestro.

2.- Cuando el sacerdote se arrodilla a los pies de doce personas, que representan el apostolado, se recuerda a sí mismo y nos interpela a todos sobre el camino que llevamos para vivir el Evangelio: el amor. Este gesto, entre otras muchas cosas, nos pregunta sobre ciertos atajos que a veces cogemos para huir de realidades que no nos gustan.

Ciertamente que, a veces, es duro llevar hasta las últimas consecuencias esa exigencia: amar aún humillándose. Pero lo cierto es que, Jueves Santo, no es un simple reportaje para contemplar tres diapositivas sobre el sacerdocio, la eucaristía o el amor.

Jesús, antes de ofrecer su vida al Padre, quiere dejarnos (como lo hizo con sus discípulos) algunas cosas claras y que expresan sus últimas voluntades.

Pedro, en su reacción airada, puede reflejar perfectamente a cuántos nos resistimos a comprender, entender la fe y el ser iglesia desde el servicio. ¿Lavarme Tú a mí los pies?

3.- Jueves Santo es una llamada a la Iglesia para que siga potenciando, aunque muchos no se den cuenta o incluso lo ignoren, uno de sus pilares fundamentales: el amor desde el servicio.

Sólo una Iglesia que sirve (aunque sea desde el silencio y sin demasiado ruido) puede celebrar con verdad el segundo regalo que el Señor nos deja después de lavarnos los pies: la eucaristía.

La eucaristía, en Jueves Santo, se convierte para nosotros en una garantía de que el Señor, aunque se vaya, se quedará de una forma misteriosa pero real. ¿Por qué nos cuesta tanto mantener vivo el deseo de Jesús de que no nos cansáramos de celebrarla?

Estamos, por iniciativa de Juan Pablo II, metidos de lleno en el Año de la Eucaristía. Hoy, Jueves Santo, es un día muy apropiado para comprometernos a cuidar y valorar, vivir y formarnos en este Misterio que es la fuente y la cumbre de todo nuestro apostolado, de nuestro ser iglesia, de todo lo que realizamos allá donde nos encontramos.

Nuestra vida cristiana no puede quedar reducida a una relación única y personal con Dios (sería muy cómodo) pero tampoco a una especie de “ONG” que prescinde totalmente de una referencia al amor divino instalándose en un plano meramente solidario y humanitario.

Recientemente me sorprendía, en un programa radiofónico, la confesión de un joven que cansado de trabajar altruistamente en un país extranjero manifestaba: “la diferencia entre los sacerdotes, misioneras y voluntarios cristianos y los que trabajamos en el campo social es que, aquellos, aunque fracasen y reciban incomprensiones siguen adelante en su misión”.

Jesús, junto con el mandamiento del amor y la eucaristía, nos deja para nuestra reflexión y servicio, el don del sacerdocio. Los sacerdotes, con muchas debilidades y conscientes de nuestros fallos, intentamos que –por encima de todo- el mundo no olvide que Dios es amor. Un amor que se entrega y se hace presente en cada eucaristía. Un amor que, cuando se consagra y se comulga, empuja a desvivirse con pasión y sin miedos a favor de los hombres. Aunque sea en pequeños detalles.

Si el Señor se arrodilla en esta tarde ¿Por qué nos cuesta a nosotros incluso inclinar un poco la cabeza ante el hermano?