V Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15, 1-8:
Vivir la vida del Resucitado

Autor: Padre Jesús Espéja, O.P

Con permiso de: palabranueva.net 

 

 

Todos ansiamos la vida que significa salud en todos los ámbitos, bienestar, libertad, felicidad. Nos afanamos por mantener la vida que ya tenemos y buscamos la forma de mejorarla. Para ello normalmente pensamos en tener, poder y gozar lo más posible. Pero el resultado final no es satisfactorio; con las posesiones, con el dominio sobre los demás, con la utilización de los otros para placer nuestro, no se consigue el amor ni la felicidad que anhelamos.

Jesús de Nazaret dijo algo nuevo y desconcertante: “el que quiera guardar la vida, la pierde; y el que pierda la vida por el evangelio, se salva”. Estas palabras suponen que hay en nosotros una vida animal, que nos lleva instintivamente a utilizar y aprovecharnos de los otros; pero que también, como seres humanos e imagen de Dios, somos llamados a una vida superior que incluye la vida instintiva del animal, dando a los instintos horizonte más amplio en el amor. El evangelio nos enseña que todos somos hermanos y que debemos amarnos “no sólo de palabra y de boca, sino con obras y según la verdad”. Luego “gastar la vida animal” o mejor dicho proyectarla en ese evangelio es lo que realmente nos perfecciona o humaniza.

El Resucitado es Jesús de Nazaret que “pasó por el mundo haciendo el bien, curando enfermos” y combatiendo las fuerzas malignas que tiran a las personas por los suelos. Por eso en la resurrección se manifiesta como “la nueva humanidad”, el hombre plenamente realizado. Los creyentes cristianos reciben ese mismo espíritu, esa misma vida. Son como los sarmientos en la viña, como las ramas del mango, tienen y participan la única vida del árbol. Si rompen la conexión, se secan y ya no dan fruto.