II Domingo de Adviento, Ciclo A

Mateo 3, 1-12: Templanza

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Por aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y decía: «Haced penitencia, pues el reino de los cielos está para llegar»... Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre” (Mt 3, 1-4)

Sorprende la figura recia y austera del Bautista; es toda una imagen de lo que predicaba: la necesidad de estar desprendidos de las cosas de la tierra. La vida es un camino que ha de acabar en Dios. Es un camino corto, y lo que importa es acertar a entrar por la puerta estrecha. Quien cifre su felicidad en la comodidad, en el confort, en la falta de sobriedad acabará olvidando que es peregrino que va a la casa del Padre, y no atinará a entrar.

 

Nos es necesaria la templanza en esta vida para poder entrar en la otra. Los bienes de la tierra son objetivamente buenos como medios, pero subjetivamente pueden convertirse en estorbo, y llenar el corazón de tal manera, que uno esté tan grueso, que le sea imposible entrar por la puerta angosta. En la medida que no utilizamos las cosas como instrumentos sino como fines, se convierten en tiranos y esclavizan.

 

Se nos pide una templanza habitual, estando desprendidos de las cosas que usamos, viviendo la castidad, la mansedumbre, la sobriedad en muchas facetas: en la comida y en la bebida, en el uso de la televisión, en la curiosidad, en el deseo de sobresalir, en el afán de lujo, en la preocupación excesiva por el vestido o las diversiones. Quien no es sobrio, es como el deportista que ha comido mucho y no está ágil para hacer deporte. Quien no es templado, no puede escuchar a Dios y le resultará muy difícil hacer lo que debe. En el Adviento resuenan cada año las palabras de Juan el Bautista como un toque de atención, como un aviso a los viajeros para que estemos a lo que tenemos que estar en esta vida y no nos despistemos.

 

Que no me despiste, Señor; voy a hacer un parón para replantearme cómo estoy viviendo a lo largo del día, porque lo que me interesa realmente es oír tu voz, prepararme para este encuentro de la Navidad, en el que Tú me quieres decir tantas cosas.