IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 5, 1-12a: Las Bienaventuranzas

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 11-12)

 

«Las bienaventuranzas –dice el Catecismo– responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer» (n. 1718). Todos queremos ser felices, pero con frecuencia no coincide nuestro modo subjetivo de lograrlo con lo que objetivamente nos hace bienaventurados. La consecuencia de esta equivocación es la desilusión, la amargura, el dolor en el corazón, y la injusticia y el sufrimiento que causamos a los demás. Dios conoce perfectamente los caminos que nos hacen verdaderamente felices y nos los ha comunicado: los Mandamientos, y su perfección, las Bienaventuranzas.

 

Lo primero que hace falta es la humildad, la pobreza de espíritu para obedecer a Dios, siguiendo sus mandatos y consejos. Y procurar vivir así, con esas actitudes de fondo en el corazón: de mansedumbre, de desprendimiento, de castidad, de misericordia, de dar la paz, de buscar la justicia aunque suponga ir contra corriente; viviendo así se es muy feliz, con esa felicidad que inunda el corazón, aun en medio de la persecución y de la calumnia. Pero hay que dejar nuestras ilusiones y cosas limitadas para capturar al Infinito, hay que dejar todo para ganar el Todo, hay que olvidarse de uno mismo para ganar a Dios.

 

¡Cuándo me daré cuenta, Señor, de que tengo que renunciar a mis criterios tan humanos y egoístas, que tengo que perder el miedo a lo que vayan a decir y hacer lo que debo, que he poner toda mi confianza en Ti, y sólo en Ti! ¡Cuándo me daré cuenta de que lo único que importa en esta vida es vivir de fe, cumpliendo lo que Tú sugieres, aunque yo no lo entienda ahora; y que sólo Tú eres el que da la felicidad terrena y eterna como premio a esa fe traducida en obras!

¿Pueden decir los demás sobre mí que soy una persona de Dios? ¿Sufro alguna contradicción por hacer lo que Dios desea; es decir, noto en mi vida lo que supone ser cristiano o no me cuesta nada porque vivo según mis gustos?