VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 6, 24-34: La providencia divina

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“No andéis, por tanto, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso estáis necesitados.” (Mt 6, 31-32)


Cuando Dios creó el mundo, no lo puso en funcionamiento con las leyes que le dio y se marchó, dejándolo a la deriva; y mucho menos ha abandonado a los hombres. De un modo discreto y misterioso, Él sigue siendo el señor del mundo y de la historia. No porque esté detrás de cada criatura moviéndola de modo mecánico, ni moviendo a cada hombre a que haga lo que debe, sino de un modo maravilloso.


Lo podemos comprobar en la historia del pueblo de Israel, en la historia reciente de occidente, y si uno se detiene a reflexionar, lo puede comprobar personalmente en su propia historia: ¿qué habría sido de nosotros si el Espíritu Santo no nos hubiera orientado interiormente con sus sugerencias, evitado los peligros, o si no hubiéramos conocido a tales personas que nos han ayudado?


Lo que sucede es que, en su modo de actuar, la providencia divina gobierna y dirige a las criaturas no al modo de las criaturas. El azar no existe porque todo tiene su razón de ser; sólo existe la casualidad para quienes no conocen las leyes de la naturaleza y para quienes no reconocen la Providencia, que va disfrazada de casualidad. Hasta el sufrimiento humano tiene su sentido; son cosas que, aun no queriéndolas Dios de modo directo, se sirve de ellas para los planes que Él tiene.


Es necesario que, mientras vivimos en este mundo, andemos preocupados por resolver los problemas, pero el fin de nuestras vidas no consiste esencialmente en solucionar los problemas humanos, sino en ser santos, en estar cerca de Dios y en ayudar a los demás a ir al Cielo. ¿Qué me preocupa hoy? Sé que debo poner los medios a mi alcance, pero por encima de todo me abandonaré filialmente en la providencia del Padre celestial y repetiré con san Josemaría Escrivá:


Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno.