IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 9, 1-41: Asombrarse ante Dios

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Dijeron, pues, otra vez al ciego: ¿Tú qué dices de él, puesto que te ha abierto los ojos? Respondió: Que es un profeta. No creyeron los judíos que aquel hombre habiendo sido ciego pudiera haber llegado a ver, incluso llamaron a los padres del que había recibido la vista y les preguntaron” (Jn 9, 17-19)


El universo, al igual que Dios, representa la belleza viva, cuya forma fluctúa constantemente con nuevos encantos. Los cielos estrellados fueron las primeras insinuaciones de la belleza que impregnó el pensamiento de los hombres y de las mujeres primitivos. Apenas tenían bienes materiales, pero poseían la capacidad de la percepción sensorial, que les llevaba al asombro. Durante esas largas noches contemplaban maravillados los movimientos de las estrellas. Debió ser entonces cuando entendieron el significado de la belleza: una insinuación de Dios. A través de las estrellas supieron que Dios estaba ahí y que era más poderoso que ellas porque Él las creó, las ubicó y las puso en movimiento. Por ello, la belleza guió al hombre hacia Dios, como más tarde razonó Tomás de Aquino. Y no sólo las estrellas, también el mundo natural que observamos a la luz del día nos habla de Dios. Pero es necesaria una actitud de inocente de asombro y la capacidad de contemplación para descubrirlo.


Cuando Jesús hacía saltar las leyes de la naturaleza con sus milagros, la gente sencilla –como niños– se admiraba de tales prodigios, y no podía por menos de advertir en Él la mano de Dios. Es bello ver a un ciego que recupera la vista; y es bello el mundo que el ciego descubre después de una noche tan larga. Quizá los ciegos tengan una sensibilidad especial para valorar lo que otros ya estamos acostumbrados a ver. Qué pena si ya no nos asombrásemos, porque todo nos puede hablar de Dios.


Señor, que yo no sea ciego ante las maravillas que has hecho y haces ahora; dame sensibilidad para advertir la belleza que Tú has puesto en la creación, y sobre todo en mi alma en gracia. ¡Qué bello es el mundo que has hecho!, haz que no me cierre a tus obras por mi soberbia. Que vea, Señor, con tus ojos la creación, a los demás y a mí mismo. Y sobre todo, hazme contemplativo de Ti, belleza infinita, que sacias sin saciar.