V Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 11, 1-45: Dios nos ama

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Entonces María... al verle se postró a sus pies y le dijo: Señor, si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Jesús cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció en su interior, se conmovió... Jesús comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba” (Jn 11, 32-36)


¿Un Dios que llora?, no puede ser Dios, dirán quienes no tienen fe. Por la misma razón dirán que Dios, ese ser lejano que ellos se imaginan, no puede ser amigo de los hombres. La revelación cristiana es en este punto asombrosa: Jesucristo es Dios hecho hombre. Y como hombre puede ser amigo de sus amigos y llorar por el amigo fallecido. Marta, María y Lázaro, entre otros, eran los amigos de Jesús. Pero no deja de ser impresionante que esa Persona divina tenga amigos y los ame de verdad, y les ame tanto. Jesucristo es la gran revelación del amor que Dios tiene a los hombres, que tanto nos quiere, que nos ha enviado a su Hijo eterno.


Decía Juan Pablo II ante una multitud de jóvenes en Asunción (Uruguay): «Me habéis preguntado cuál es el problema de la humanidad que más me preocupa. Precisamente éste: pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no han descubierto la gran verdad del amor de Dios» (11-VI-87). Este es el problema: que podemos incluso saber que Dios existe y lo que la Iglesia enseña, pero no haber descubierto y comprobado que Dios está entre nosotros, que nosotros somos realmente sus amigos. Nos falta fe para tener esa certeza, y coraje para tratarle con amor, y hablarle como se habla con el amigo, y llorar con Él ante las desgracias, y alegrarnos con lo que a Él le alegra. ¿Por qué no le confiamos nuestras penas (si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano)? ¿Por qué no nos interesan sus penas?


Señor, que me buscas y yo me escondo, que te acercas y estoy disipado, que no haces más que darme muestras de afecto, porque todo lo bueno que tengo Tú me lo has dado. ¿Por qué me quieres tanto, Dios mío? No te canses de buscarme, que yo trataré de estar contigo, y dejaré que me hables al corazón.