Domingo de Resurrección, Ciclo A

Juan 11, 1-45: Dios nos ama

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Se inclinó (Pedro) y vio allí los lienzos caídos, y el sudario que había sido puesto en su cabeza, no caído junto con los lienzos, sino aparte, todavía enrollado, en un sitio. Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó” (Jn 20, 5-8)


No le busquéis entre los muertos, porque su tumba, abierta, está vacía. Jesús ya no está, o por mejor decir, está más presente entre nosotros pero de otra manera. No vivo en el recuerdo, como puede estarlo un ser querido o un político admirado que murió. No, ¡Jesús vive! Pero vive de otra manera: su alma volvió a informar su cuerpo; su Cuerpo que es desde ahora glorioso ya no está sujeto al espacio y al tiempo. Juan vio los lienzos vacíos y caídos: Jesús se había marchado y ¿por qué hueco de los lienzos? Por ninguno.


A Juan le bastó ver los lienzos de esa manera para darse cuenta de que Jesús había resucitado. Había vencido a la muerte no por el hecho de no morir, sino por resucitar. ¡Era verdad lo que había predicho! ¡Y era verdad todo lo que había dicho! Jesús, Señor de la vida y de la muerte había querido padecer todo aquello; había sido Él quien se había entregado, porque, como la semilla de trigo, era necesario morir para dar la vida a los demás.
 


La resurrección de Jesús sucedió a una hora determinada y en un lugar concreto (un hecho histórico), pero Jesús había resucitado a un modo nuevo de ser, más allá de la historia y del espacio: el cielo no es un lugar físico, una especie de paraíso terrenal. La resurrección demostraba de una vez por todas que Jesús era Dios, y las suyas eran palabras de vida eterna: había que vivir como Él había enseñado; es más, el cristianismo será vivir como ese Hombre y vivir con Él, porque Jesucristo vive.


Quiero asomarme con la imaginación a aquel sepulcro, quiero hacer un acto de fe en el Resucitado y disfrutar, también yo, de la alegría de la nueva Pascua, porque Tú, Señor, vives, y vives en mí. La muerte –la mía– ya no me da miedo, porque Tú estás conmigo, y porque Tú no sólo puedes resucitar a tus amigos, sino que eres la Resurrección y la Vida. Como Juan aquel día, hoy te digo: ¡creo!