Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A

Mateo 28, 16-20: La vida divina

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16)


Todos tenemos un profundo deseo de no morir, el instinto de supervivencia está como cosido a nuestro ser. Porque hemos nacido para vivir, queremos vivir siempre, tenemos aversión a la muerte. Intuimos que no nos aniquilaremos porque hay acciones que alguien tiene que pagarlas en otro mundo pues en este no se hace justicia completa (tanto las buenas como las malas). La razón muestra que el alma, al ser espiritual, es inmortal, pero no sabe explicar cómo. La revelación divina enseña que detrás de la muerte seguimos existiendo, bien lejos de Dios (eso es en esencia el infierno), o viviendo la vida divina del mismo Dios. Por eso, para quien muere en gracia, la muerte es ganancia.


En la solemnidad de la Santísima Trinidad contemplamos la vida íntima de Dios. El Dios que es la Vida, se desborda y da la vida. Nos ha hecho el gran don de la vida humana y el otro gran don de la vida sobrenatural: podemos ya en esta tierra participar de su misma vida. Para eso envió Dios a su Hijo al mundo para que, dando su vida como el grano de trigo, su misma vida divina pasara a los granos de la espiga que somos los cristianos.


El cristiano queda divinizado por la gracia. Dios está entonces habitándole –en alma y cuerpo– como en un templo. Dios en nosotros y nosotros en Dios, ¿cómo vamos a morir entonces, si Dios es la vida de nuestra vida? Es cierto que la muerte será un hecho, pero no será otra cosa que un parpadeo por el cual pasaremos a gozar, ya sin estorbos, de Dios cara a cara. Como al grano de trigo enterrado, volverá a recogernos su mano en lo alto de la espiga. Pero mientras vivimos aquí, lo que se nos pide es creer.


Creo todo lo que nos has dicho. Creo que sois Tres Personas distintas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– en una única Esencia. Gracias porque nos enviaste al Hijo para que nos introdujera en tu misma intimidad. Gracias porque sé que no estoy sólo, porque estás en el fondo de mi alma; gracias porque me has dicho que quieres vivir conmigo tu vida eterna.