X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 9, 9-13: Médico divino

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa misericordia quiero y no sacrificios»” (Mt 9, 11-12)


El buen médico de cabecera está siempre disponible a cualquier hora, durante el tiempo que haga falta. Cuando está ante el enfermo le mira con misericordia porque, de alguna manera, hace suyo su dolor, y no piensa sino en cómo remediar su dolencia. El enfermo se confía en él, el médico es su apoyo, y a veces su única esperanza. Dios nos mira como el médico que desea curar a los hombres enfermos por el pecado, nos mira con ojos de inmensa misericordia. ¿Qué sería de nosotros si nos viera de otra manera, con justicia a secas? Ha venido a llamar a todos, pues todos somos pecadores, aunque sólo puede curar a los que se reconocen así.


El Señor nos pide que tratemos a los demás con misericordia, que les miremos con esos ojos de madre que no se quedan en constatar los defectos, sino también sus virtudes y en el modo de ayudarles. Hablaremos siempre bien de los demás si pensamos bien de ellos, si por encima de sus errores sabemos ver a la persona, a la persona que tanto vale y que quizá sufre.


Si cualquier noticia o acontecimiento suele ser un asunto complejo, ¿qué será la persona, detrás de la cual hay toda una historia y una psicología? No se puede simplificar en una rápida consideración. Si alguien hace algo mal y nosotros podemos ayudarle, habrá que ver cómo hacerlo, pero sin tratar mal. Sería una incongruencia que una persona que reza tratara mal a los demás. Precisamente el trato con Dios nos tiene que ir asemejando cada vez más a Él.


Jesús, Médico divino que has venido a curarnos, ayúdanos a cerrar esta terrible herida que nos lleva a juzgar precipitadamente, y por la que tendemos a ver el aspecto negativo de los demás y, en cambio, ante nuestros errores tendemos inmediatamente a justificarlos con indulgentes razones. María, Madre de Misericordia, danos tus ojos misericordiosos.