XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 11, 25-30: Cansados y agobiados

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28-29)


Hay que diferenciar el cansancio físico y tener la cabeza ocupada para intentar resolver los problemas, del hecho de estar enfadados o cargados porque nos apoyamos sólo en nosotros mismos. Hemos de contar con Jesús para descansar. Es cambiar de yugo: dejar el nuestro –nuestras preocupaciones, los motivos humanos– y hacerlo todo con Él y por Él, ofreciéndolo por la Iglesia, por las vocaciones, cargando, como decía san Pablo con el peso de todas las iglesias. Esto no quita que estemos cansados físicamente, pero no estará agotado el fondo de nuestro ser, porque lo que más agota es pensar en uno mismo.


«Cualquier otra carga, decía san Agustín, te oprime y abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias el peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás cómo vuela» (Sermón 126).


Se trata de adquirir la costumbre de ir a la oración y contarle al Señor lo que nos pasa. «¿A quién contaré mis penas, mi lindo amor?, ¿a quién contaré mis penas, sino a vos?», que decía un poeta antiguo. Entenderemos que los problemas no se solucionan por estar más preocupados por ellos, o por dedicarles más tiempo, incluso robándolo a las normas de piedad o al que debemos a los demás, y que lo que realmente es importante es tener una actitud interior de calma y confianza en Dios, de mansedumbre y humildad. Hay que intentar resolver los asuntos, pero hemos de convencernos de que si no llegamos o no se resuelven, eso no es lo más importante, sino nosotros mismos y los demás. Entonces se disipan los dilemas.


Acepto ahora el peso que llevo y quiero contar contigo para que, entre los dos, lo llevemos. Ayúdame para que nada me turbe, nada me espante; porque si Tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan. Recuérdame, María, que vaya a Jesús una y otra vez.