XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22, 1-14: Encuentro dominical

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir” (Mt 22, 2-3)


El Señor compara la llegada al cielo como la invitación a una fiesta de boda, y en el Apocalipsis se habla de los que se salvan como los que participan en las bodas del cordero, del Cordero que es Cristo (Ap 19,7). Hay gente que no quiere ir porque prefiere otro «plan». Es sorprendente que haya gente que de hecho no quiera ir al cielo, ¿por qué? Porque no saben, no valoran –nadie se lo ha explicado bien–, o porque son perezosos y les vence la comodidad y el gusto.


En la celebración eucarística está místicamente el cielo: está la Santísima Trinidad, están los ángeles y toda la Iglesia, con la Santísima Virgen, y es como un encuentro entre el Cordero que es Cristo y cada uno de los que participa en ella; un encuentro de amor, en el que Cristo se entrega al hombre y espera que el hombre se entregue totalmente a Él. En la Misa desaparece el tiempo y el espacio, y Jesús que se ofreció en el Calvario por todos y por cada uno, y “nos ha conocido y amado en la ofrenda de su vida” (Catecismo, 618 ), quiere encontrarse personalmente con cada uno, porque era físicamente imposible que todos los hombres pudiéramos estar aquel día del Calvario.


La Misa es un encuentro de amor, y Jesús la estableció a modo de banquete, es decir, al modo como los hombres celebramos los asuntos importantes e invitamos a quienes amamos: sentaos y comed conmigo nos dice. Mas que un precepto, debemos ver la participación en la misa dominical como una invitación del Señor, que desea estar con nosotros, con todos los cristianos ese día, y poder darnos sus dones sobrenaturales, y sobre todo poder darse a nosotros.


Que yo entienda el tesoro que encierra la Eucaristía; que advierta que es lo más importante del domingo –incluso lo más importante de cada día–. Que no me venza la pereza, que no tenga prisa. Que sepa explicárselo a los demás para que todos acudamos a esa llamada de amor, signo de estar en comunión con Cristo.