III Domingo de Adviento, Ciclo B

Juan 1, 6-8.19-28: Dar luz

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Surgió un hombre enviado por Dios: su nombre era Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él” (Jn 1, 6-7)

Hoy se nos habla de un mensajero, Juan Bautista, y de un mensaje: ser testimonio de la luz que es Cristo. También san Pablo cuenta para qué le había elegido Dios: «a los cuales yo te envío para que les abras los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban la remisión de los pecados y la herencia entre los debidamente santificados por la fe en mí» (Hch 26, 17-19). Para esto vino Jesús al mundo, y para esto hemos sido llamados: no hay más remedio que hablar de Dios, de la verdad, para provocar la conversión y la entrega.

Un sacerdote santo así lo dejó escrito: «Tienes obligación de llegarte a los que te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesada y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de sí mismos y que comprendan los problemas de los demás. Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los hombres, que están necesitados de ese "gaudium cum pace" –de esta alegría y esta paz, que quizá no conocen o han olvidado» (San Josemaría Escrivá, Forja,  900)

«¡Oh Jesús! Ayúdame a esparcir tu fragancia adondequiera que vaya. Inunda mi alma de tu esperanza y vida. Penetra en mi ser y aduéñate de tal manera de mí que mi vida sea irradiación de la tuya. Ilumina por mi medio y toma posesión de mí de tal manera que cada alma con la que entre en contacto pueda sentir tu presencia en mí.

   Que no me vean a mí, sino a Ti en mí. Permanece en mí de manera que brille con tu luz y que mi luz pueda iluminar a los demás. Toda mi luz vendrá de Ti, Jesús. Ni siquiera el rayo más leve será mío. Tú, por mi medio, iluminarás a los demás. Pon en mis labios la alabanza que más te agrada, iluminando a otros a mi alrededor. Que no te pregone con palabras sino con el ejemplo de mis actos, con el destello visible del amor que de Ti viene a mi corazón. Amén» (Cardenal Newman).