IX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 2, 23-3, 6: Libertad de espíritu

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

Y añadió: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado»” (Mc 2, 27-28)

La doctrina cristiana no es un conjunto de preceptos sobre lo que está permitido y lo que no se puede hacer. Ése era el sistema que los fariseos habían tejido, equiparando las enseñanzas humanas con los preceptos divinos; de esta suerte habían trocado la obediencia debida a la Ley mosaica en el cumplimiento de 248 preceptos positivos y 365 negativos, con todas sus clases y divisiones. Toda aquella tupida red de enmarañados hilos asfixiaba a las gentes, envuelta en una capa de hipocresía donde sólo se contemplaba la obediencia exterior y formularia.

Pero la doctrina cristiana no es así. Cristo nos ha ganado la libertad de los hijos de Dios (Rm 8,21) que consiste en la soltura de quien actúa en la presencia de su Padre Dios y al que trata de agradar. La libertad dimana del amor, y cuando se ama se actúa libremente y, además, se acierta. En este sentido decía san Agustín: «Ama, y haz lo que quieras». Lo que importa entonces no es el «cumplimiento» sino el interés, el amor. Por eso, el que ama procura conocer lo que el amado desea, busca realizarlo y además de una manera generosa, sin decir nunca: «mira lo que he hecho».

Para vivir así con Dios es imprescindible conocer bien la doctrina cristiana –con el fin de no equivocarse y hacer el verdadero bien– y después libertad de movimientos. Habrá que cumplir algunas cosas previstas (el modo de dar culto a Dios, la obligaciones familiares, profesionales, etc.) pero el amor es inventivo y se demuestra de mil maneras.

Es el amor, no el temor puritano a no cumplir estrictamente ni el cumplimiento farisaico, lo que agrada a Dios. Él no nos quiere con ánimo encogido, escrupuloso o agobiado. Nos quiere alegres, sueltos. Y si nos equivocamos, iremos a pedirle perdón con la misma naturalidad.

Danos a todos, Señor, el señorío de los hijos de Dios. Esa libertad de espíritu que sólo busca hacer el bien, que sólo busca amarte. Trataremos de conocer qué deseas y –con tu gracia– procuraremos cumplirlo.

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