III Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Juan 2, 13-25: No podemos callar

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Jesús subió a Jerusalén. Se encontró en el Templo con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y con los cambistas sentados. Y haciendo con cuerdas un látigo expulsó a todos del Templo... tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas” (Jn 2, 13-15)

Aquél fue un suceso sorprendente e inolvidable para quienes lo presenciaran, porque Jesús habitualmente no se comportaba así. Ante los pecadores tenía entrañas de misericordia, y ante las ofensas que le infligieron en la Pasión, Jesús callaba. Pero aquel día en el templo quiso dejar bien claro que las cosas de Dios hay que tratarlas santamente.

No podemos olvidar la cólera de Dios manifestada en los avisos de los profetas, que denunciaban los pecados institucionalizados; el último profeta –Juan Bautista– también habló en esos términos. Jesús se mostró como profeta poniendo en evidencia la corrupción de los hombres, la pérdida del sentido sagrado y el incumplimiento de los mandatos de Dios.

También la autoridad de la Iglesia denuncia en ocasiones males gravísimos institucionalizados en algunos países: el aborto, la eutanasia, las prácticas homosexuales, la esclavitud, la explotación de los más débiles, el ataque a los cristianos por sus creencias, el mal uso de los lugares y objetos sagrados,... Una cosa es dialogar y otra callar ante el mal que se realiza impunemente.

La prudencia indica en algunos casos que es mejor callar, pero otras veces lleva a salir al paso decididamente contra el mal. San Pedro dirá a los príncipes de Israel que no podían no hablar de Jesucristo. ¿No es verdad que nuestro silencio por no querer significarnos, por no aparecer como exagerados, puede significar en algunos casos ser cómplices del mal ajeno?

Danos, Señor, amor a la verdad y fortaleza para no ceder ante la presión del ambiente. Auméntanos la piedad, que sepamos tratar las cosas santas –los objetos religiosos, los templos, la doctrina, la vida humana, el matrimonio– santamente. Que no perdamos el sentido de lo sagrado, que no nos volvamos mundanos en el modo de pensar. Ayúdanos Señor, pon en nuestro camino alguien que nos lo recuerde.

 

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