XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 18,1-8. El horario de Dios

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Algo así como haciendo camino al andar, nos encontramos en este segundo Domingo de Adviento que viene a completar el del domingo anterior. Porque entonces se nos daba un toque de atención: «Levantaos, alzad la cabeza, tened cuidado, estad siempre despiertos...» Era una honda invitación a la vigilancia, que este domingo se explicita más aún.
El mensajero es Juan Bautista (que, junto con Isaías y María, forma parte de la tríada que nos acompañará en todo este tiempo litúrgico). Fue un profeta querido y temido, porque cantaba las verdades sin pose ni ficción. Pagó caro su amor a la verdad. Pero no sólo la decía, sino que sobre todo la vivía, la decía viviéndola.


Su mensaje llega hoy hasta nosotros haciéndonos la misma invitación que hace dos mil años hizo a otra gente: está por venir otro, alguien especial, por quien el corazón de todos los hombres ha estado siempre en vilo; avivad, pues, vuestra espera, encended vuestra esperanza, y cambiad, convertíos, porque Él, el esperado por todos y por ti..., está para llegar.
Hay que pensar que el mensaje del Bautista no era de palabras de seda para entretener piadosamente a gentes aburridas, para las que el único cambio posible era sólo el cambio de horario. Juan Bautista entrará a saco para ir al grano en otro cambio y preguntar, sin ambages, a los de entonces y a nosotros, los de acá: ¿Qué caminos andas tú? Porque el Mesías no viene por todos los caminos. A saber: el camino de la injusticia, el camino de la violencia, de la inmisericordia, de la dureza, del olvido, de la idolatría, de la tibieza..., por ahí no vendrá Él. Es imposible caminar por estos andurriales creyendo que nos llevan a Belén.


En el cruce de caminos de mi vida con la suya, en las sendas allanadas y las colinas descendidas, quiere el Señor mostrar, a cuantos quieran ver, su Bondad y su Ternura, sin distinción de raza, lengua y nación. Y así termina este Evangelio: «Todos verán la salvación de Dios». Tremendo misterio, que Dios haya querido en buena parte supeditar el que esa salvación sea vista, a que yo no tenga, no ande, los caminos indebidos que ofenden a Dios y manchan al hombre.
Sólo queda enderezar lo torcido, allanar lo altanero, igualar lo escabroso. Dios nos quiere camineros y caminantes para que nuestros pies frecuenten las sendas por las que Dios vino, viene y vendrá; caminos que huelen a tomillo de paz, gracia y comunión, caminos de horizontes largos donde la gente se ve de lejos y los rostros como son, caminos llenos de la misericordia y lo entrañable, caminos propios de Dios.  
 

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca