XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lc 13,22-30. La lista de Cristo

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

 

 

            Hace unos años, en una célebre viñeta del genial Mingote, se presen­taba a dos señoras muy peripuestas que comentaban: “al final nos salvaremos... las de siempre”. Pero ¿quiénes son los de siempre? Y ¿son ellos realmente los que se salvarán? ¿Por qué causa y razón? Son las preguntas que laten en el Evangelio de este domingo, cuando un espontáneo seguidor de Jesús le pregunte al Maestro: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” (Lc 13,23). Jesús pone un ejemplo, y con notable ironía se presenta al típico creyente “de siempre”, al fiel “de-toda-la-vida-mire-usted”, que vuelve a casa después de su última correría, dando por descon­tado que allí no pasa nada, que todo vale para entrar por la puerta grande..., con tal que no te vean.

            Pero, hete aquí, que la tal puerta grande, la del desenfado frivolón, la de la religión del cumplo y miento, la del Dios abuelo en pantuflas bonachonas... no coincide con el acceso ofrecido por Jesús. Él habla más bien de una puerta estre­cha, en la que para entrar hace falta dar con ella y luego caber por ella dejando que Otro te adentre por pura gracia, por regalo inesperado e inmerecido.

            Ciertamente, no basta ser paisano del Señor, colega suyo, ser del barrio, como parece desprenderse de la parábola de este Evangelio, que es en el fondo una aguda crítica a la actitud de algunos judíos, los cuales pensaban que la sal­vación era algo relacionado no con la vida de cada uno sino con el pasaporte o la nacionalidad: como eran judíos, como tenían el pasaporte del pueblo escogido... entonces –pensaban– valía todo.

            “Señor, ábrenos, somos nosotros, los de tu barrio, los de tu pueblo, los de tu grupo...”; y Él respondió: “no os conozco, no sé de dónde sois ni venís”. Y ellos volverán a la carga: “pero ¡si hemos comido contigo, si hemos paseado por las mismas plazas, si somos tus paisanos!”. Y Él insistirá: “no sé de dónde venís, ni a dónde íbais, porque podemos pasar por la misma plaza, pero venir de lugares muy distintos y, sobre todo, encaminarnos a sitios muy diferentes... verdadera­mente no os conozco”. ¡Tremenda frase en labios de Jesús!

            Evidentemente, esta reflexión no es sólo válida para aquel entonces, con los judíos al fondo, sino que también hoy, para nosotros los cristianos que per­tenecemos al nuevo pueblo escogido que es la Iglesia, este Evangelio es un alda­bonazo: nos salvamos si entramos en el camino de Jesús, si pisamos sus huellas, si amamos lo que Él amó y como Él lo hizo, si tenemos al Padre y a los hermanos muy dentro de nuestro corazón, si nuestra vida tiene sabor a bienaventuranza. Solamente entonces, nos sentaremos a la mesa del Reino de Dios, aunque hayamos venido más pronto o más tarde, aunque seamos de oriente u occidente. El nuevo pueblo de Dios, la Santa Madre Iglesia, es un pueblo que no tiene pasaporte aunque tiene identidad, que no vive de rentas aunque tiene historia. La gracia del Señor, nos hace ligero el equipaje, ágil el andar, y sobre todo Él mismo se hace para no­sotros el camino y el compañero caminante. Entremos por su puerta, pues la hizo a la medida de nuestra pequeñez, es decir, según la medida de su misericordia.

 

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca