XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lc 10,25-37. Haz tú lo mismo

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

 

 

              De maestro a maestro, un letrado va hasta Jesús, no para apren­der de Él sino “para ponerlo a prueba”. Un falso interés, vino a desvelar su más crasa ignorancia: “¿quién es mi prójimo?”. Entonces Jesús contará la conmovedora parábola del buen samaritano.

            Hay un hombre malherido, medio muerto por una paliza bandida. Sobre ese cruel escenario van a ir pasando diferentes personajes poniendo de manifiesto la calidad de su amor, la caridad de su corazón. En este ejemplo de Jesús, se puso bien a las claras hasta qué punto la “ley puede matar”, cómo hay cumplimientos que son sólo torpes evasiones: cumplo y miento.

            El último personaje ante el escenario común, será un samaritano, alguien que no entiende de leyes, ni de distingos. Se topa con un pobre maltratado y... no sabe más. Alguien que seguramente jamás se había planteado qué había que hacer para heredar la vida eterna, pero que sería el único de los actores que había entendido la Ley.

            Observemos los verbos empleados: llegó a donde estaba él, lo vió, sintió lástima, se acercó, le vendó las heridas, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó los gastos... ¿No recuerdan estos verbos las actitudes del pa­dre de la parábola del hijo pródigo?: estando todavía lejos, le vio su padre, se conmovió, corrió hacia él, se echó a su cuello, le besó efusivamente e hizo fiesta en su honor.

            Aquel samaritano fue para su hermano prójimo lo que este padre para su hijo pródigo. Nosotros, conocedores de la revelación de la misericordia que se nos ha manifestado en Jesucristo, podemos correr el riesgo de no entender nada del cri­stianismo, si al preguntarnos legítimamente sobre qué hacer para heredar el cielo, lo hacemos evadiéndonos de la tierra, del dolor de Dios que Él quiere sufrir en tantos de sus hijos pobres, enfermos, marginados, torturados, expatriados, asesinados, silenciados... Ser cristiano es tener la entraña de Dios, es decir, vivir con mi­sericordia. Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea quien sea. Y Jesús añadió, y hoy nos añade a nosotros: anda, haz tú lo mismo.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca