Fiesta del Bautismo del Señor , Ciclo C

Lucas 1, 15-16, 21-22. Desde la orilla de Dios

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Para muchos, este domingo es el último cartucho de unas fiestas de las que se temía su caducidad. Ya terminó la Navidad. Y, sin embargo, la novedad que Jesús hecho hombre entre nosotros ha inaugurado implica no decir precisamente eso: que la fiesta ha terminado. No importa que no lo hagamos con cara de postal, entre chispas y burbujas, para no irritar demasiado al personal. Pero hemos de decir, también ahora, incluso hoy y siempre, que a Dios hecho hombre no se le puede guardar en la caja de los adornos navideños, hasta el año que viene, si Dios quiere. Nosotros, en nuestra mirada limpia, en nuestra acogida misericordiosa, en nuestra paz sin condiciones, debemos ser una buena noticia permanente que, en el cada día, se haga eco de la Buena Noticia que Dios nos dio al hacerse hombre y quedarse junto a nosotros.
El domingo siguiente a la Epifanía es como una segunda manifestación de aquel Niño encarnado en nuestra historia, de aquella Palabra acampada en nuestros mutismos y soledades. Aquel Jesús manifestado humildemente en Belén, es reconocido en el escenario del Jordán por Juan el Bautista. Era un escenario doliente de tantos dramas, junto a unas aguas bañadas por lágrimas de arrepentimiento y de deseo de perdón.


Una vez que el bautismo se realizó y que Jesús manifestó así la gloria de la voluntad de su Padre, nos dice Lucas que se abrió el cielo y ese Padre manifestó la gloria de su Hijo: Tú eres mi Hijo, el amado, mi predilecto. Sobre Él se posó el Espíritu de Dios como al principio de la creación, cuando aquel Espíritu volaba sobre una tierra informe y caótica para llenarla de belleza, de bondad y de armonía. Jesús, con su docilidad al Padre, permite una nueva creación, inaugura una re-creación, porque otros caos, otros dramas, otras oscuridades habían vuelto a empañar, a romper y a oscurecer la historia de los hombres. Para esto vino Él: para devolver a los humanos la posibilidad de estrenar o re-estrenar el plan de Dios originario, que el pecado había truncado.


No hay razón para el desaliento desde que Jesús vino y nos prometió su presencia resucitada. No es una esperanza ciega e irracional la nuestra, no es una posición fundamentalista que ignora los dramas. Nuestra postura debe beber y debe vivir en la que hemos aprendido de Jesús: dejar que nuestra vida sea vivida desde Otro, realizando el diseño y el designio de ese Otro, del Padre Dios, para que, como Jesús, también seamos hijos, amados y predilectos, y para que el Espíritu se pose en nosotros, y nosotros, a nuestra vez, podamos re-crear tantas cosas mientras damos la vida por la obra de ese Otro. Vayamos a la orilla de Dios, donde Él nos habla.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca