Epifanía del Señor, Ciclo A

Mateo 2,1-12: Aquellos sabios peregrinos

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

La liturgia de la epifanía nos permite universalizar esa salvación que nos trae el Niño Dios, y que en los días pasados hemos visto centrar en torno a María, José y el pequeño puñado de pastores a los que primeramente se les anunció la natividad de Cristo. Pero estaban de camino esos personajes de los que nos habla el evangelio de este día: hemos venido a adorar al Niño desde el oriente.

Fue una estrella la que les sacó de su mundo y se convirtió para ellos en estela que les cambió su mirada: de científicos buscadores en humildes peregrinos. Y por eso serán ellos los que, tras los pastores, se acercarán al portal de Belén. En aquella posada improvisada por la penuria que Dios convirtió con su presencia en palacio de bondad, aparecieron nuestros famosos Reyes Magos para ofrecer sus dones a aquel Niño que era por antonomasia el Don. La mirra, el incienso y el oro eran tres formas de reconocer al Señor humanado que se presentaba como hombre sin dejar de ser Dios.

Había otros que también estaban pendientes de la profecía del Mesías. Y que hicieron planes para encontrar su cuna de recién nacido, pero no precisamente para adorarle sino para censurarlo hasta su muerte asesinada, como luego intentó Herodes matando a los inocentes niños de menos de dos años. Este rey se sobresaltó con la noticia que los Magos dejaron en Jerusalén al preguntar por el Rey de los judíos que había nacido en Belén. Nuestros sabios peregrinos no pusieron precio a la divina provocación que en forma de estrella les convocaba: sencillamente se dejaron llevar, y en el sentido más propio se con-movieron. Dios no les defraudó a pesar de que lo inefable de la escena estaba fuera de todo previsible guión. Por eso ellos, se llenaron de alegría, como nos dice el evangelio de hoy.

Delante del mismo Dios y sus diversas manifestaciones podemos tener actitudes diversas: desde las más abiertas y acogedoras, hasta las más aviesas y censuradoras. Depende lo que suscita en nuestro corazón y en nuestro entorno la estrella que Dios envía: sobresalto o alegría, un Dios al que perseguir o un Dios del que saberse peregrinos. Esta es la verdadera sabiduría. El mejor regalo que Dios Niño nos hace cuando le dejamos que se acerque al portal de nuestra vida. 

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

6 enero 2008