II Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 20, 19-31: Verlo para creerlo

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Habían pasado unos días terribles los discípulos de Jesús. En los momentos más críticos y difíciles, tras el apresamiento del Maestro, casi todos se fueron escabullendo, cada cual con su traición desertora. El miedo, el escondimiento, el ghetto a puerta cerrada... son notas que caracterizan su mundo psicológico y espiritual. “Paz a vosotros” no es desafío despiadado de Jesús para con los suyos, dema­siado escondidos y asustados. No es un extraño fantasma que viene para amedrentar más sus corazones encogidos. Es Él, el Señor, que verdaderamente había resucitado, según lo predijo. Y para que toda duda quedara disuelta, les mostraría las señales de la muerte: las manos y el costado.

Ante el espectáculo de la muerte trocada en vida, “los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Pero no todos. Faltaba Tomás, a quien la historia ha apodado “el incrédulo”. A pesar del testimonio de los demás discípulos, Tomás no creerá posible lo que sus compañeros afirmaban: “hemos visto al Señor”. Sus ojos habían visto agonizar y morir a Jesús. Sus ojos ahora demandaban la prueba suficiente para que se borrase aquella imagen tan terriblemente grabada. Y la prueba llegó, era Jesús mismo que a los ocho días volverá a anunciar la paz a quien sobre todo carecía de ella: a Tomás.

Uno siempre ha pensado que la actitud de Tomás era por lo menos razonable. Los signos de la vida que sus compañeros vieron cuando él no estaba pre­sente, no quedaron suficientemente grabados en sus corazones, no eran testigos quizás de la resurrección de Jesús sino de un nuevo susto. Quien se empeña en decir que Cristo ha resucitado mientras que se permanece entre los lazos de la muerte –en cualquiera de sus formas–, no se es testigo de la pascua sino un vendedor de ideas exotéricas, extrañas y distantes.

Más adelante la comunidad cristiana lo aprenderá y lo vivirá de otro modo, como dice Pedro en su carta: “no habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis y creéis en Él”. Aquella comuni­dad que recibió la pascua de Jesús, vivía resucitadamente. Su cotidianeidad era la pro­longación de las señales de Jesús: donde antes había muerte (egoísmo, injusticia, miedo, desesperanza, insolidaridad, increencia...) ahora había vida resucitada (amor, justicia, paz, esperanza, solidaridad, fe...). Es el testimonio de la comunidad cristiana en medio de la cual vive Jesús. ¿Seremos nosotros testigos de esa vida de Jesús para los Tomás que han visto y experimentado demasiada muerte?


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
2º Domingo de Pascua
30 de marzo 2008