IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 10,1-10: El pastor bueno

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Israel era un pueblo nómada, acostumbrado al mundo pastoril en su vida cotidiana, que fue ha­ciendo una meditación religiosa sobre su relación con Dios desde la me­táfora del pastor y las ovejas. No obstante, esa reflexión no era siempre amablemente bucólica, porque los pastores que guiaban a Israel, enseñando los quereres de Dios, frecuentemente eran malos pastores que se aprove­chaban de su mi­sión, convirtiendo su cargo de servicio en carga de pesar para los demás.

Jesús es el Buen Pastor. Y para presentarse como tal, empleará la imagen de los verdaderos pas­tores que dibuja el salmo 22: el Señor es mi pastor, nada me falta; me hace recostar en praderas verdes y fértiles, me con­duce a fuentes tranquilas, donde restaura mis fuerzas; me guía por senderos justos, y aunque atravesemos cañadas oscuras no tengo temor ni miedo ninguno, porque tu vas conmigo, y tu vara y tu cayado me sosiegan devolviéndome la paz.

Los pastores de Israel tenían pocas ovejas, las suficientes para sobrevivir sus familias. Efectivamente, las conocían por su nombre, y a su nivel, formaban parte del conjunto familiar. Por ello eran queridas, y cuidadas, y protegidas. No se explicaba que un pastor abandonase sus ovejas, ni que éstas fueran extrañas para él. Incluso en tra­mos difíciles y tenebrosos, las ovejas se sentían serenadas cuando la voz del pastor y los pequeños golpes de su cayado sobre sus lomos, les permitían entrever que efectiva­mente no estaban solas, que estaban acompañadas por su propio pastor, aunque la niebla o la os­curidad no permitiesen ver su figura.

Este es Dios para su Pueblo: un pastor que nos conoce, que nos conduce, que nos quiere hasta dar su vida por nosotros (como los pastores que arriesgaban la suya en pasos difíciles del caminar con su rebaño). Conocer la voz de este Pastor (que es lo mismo que dar la vida por aquello que se escucha y por aquel que lo pronuncia), es lo que se nos pide como respuesta de fidelidad a quien tan fiel es a nuestra felicidad. El es el Pastor de nuestra felicidad, el que nos indica y nos conduce acompañándonos, por los caminos de justicia en los que esa felicidad es posible. Hay otras voces de sirena, voces de pre­tendidos pastores que pastorean su propio provecho, su personal promo­ción, su mantenimiento en po­deres que dominan y amordazan. Seguir a Jesús, saberse ovejas de su redil, es vivir en paz y en luz, sere­namente y sin temores extraños... aun­que la vida sea dura, aunque amenacen nubarrones o nos envuelva la oscuridad.  

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

4º Domingo de Pascua

13 abril 2008