Solemnidad de San Pedro y San Pablo 

Mateo 16, 13-19: Pedro: Examen de fe

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Llegados a final de junio, podríamos decir que suena a examen de fin de curso el interrogatorio que el Evangelio de este día nos presenta, o tal vez una encuesta improvisada. ¿Quién dice la gente por ahí que es el Hijo del hombre? ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Ayer como hoy, las respuestas de la gente serán variopintas e incluso extravangantes. La gente puede decir ¡tantas cosas! cuando se pone a definir a Jesús desde una clave inadecuada, incluso cuando hacen gala de una teología que no se vive en comunión leal y filial con la tradición de la Iglesia.

De ahí la segunda pregunta de Jesús: esto es lo que dice la gente, pero... "y vo­sotros, ¿quién decís que soy yo?". Porque, obviamente, tan sólo quien convive con una persona, tan sólo quien ha entrado en su intimidad puede decir con verdad quién es. La gente que no se mueve en esta experiencia de conocimiento cercano, puede opinar lo que quiera pero demasiadas veces lo hace con atrevido oportunismo, con ignorante ignorancia, o con interés ideológico.

Pedro dirá: "tu eres el Hijo de Dios vivo". En ese examen Jesús le puso buena nota, la mejor: haberle dicho que el mismo Padre Dios había hablado por su boca. Y a continuación le cambiará para siempre de nombre: de Simón a Cefas, Piedra, y sobre esa Piedra de Pedro, Jesús edificaría su Iglesia.

Sin duda que fue una hermosa definición la de Pedro.Porque hay otros dioses que no están vivos: tienen boca pero no hablan, tienen ojos pero no ven, oídos pero no oyen. Dioses de conveniencia, que no molestan ni exigen conversión, que sólo entretienen en dudosas devociones; dioses de adorno y costumbrismo. Pedro se ha encontrado con el Dios vivo y verdadero. Responder que Jesús es el Hijo de Dios vivo, no en una definición teórica y aprendida, que se repite sin saber lo que se dice, sino dar esa respuesta cuando traba­jamos y cuando descansamos, cuando amamos, cuando nos alegramos, cuando sufri­mos y lloramos, cuando nos rodea la gracia o cuando nos acorrala la desgracia. Jesús no ha sido enviado por el Padre como un objeto de curiosidad o de fácil beneficiencia; su Persona y su Palabra no son para fomentar el espectáculo de una atracción milagrera, sino que más bien son para reconocer el acontecimiento de una no­vedad que puede cambiar de raíz la vida, el germen de algo nuevo que puede surgir en quienes y entre quienes reconocen en Él el don del Dios vivo por excelencia. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca 

Solemnidad de San Pedro y San Pablo

29 junio 2008