XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 18,15-20: Perdonar acompañando

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Con un falso respeto, podemos caer en una indiferencia cruda y dura: el "es 'tu' problema" se revela como uno de los estribillos más torpes e in­solidarios de nuestro hoy cotidiano. ¿Qué dice Jesús en este Evangelio sobre la actitud cristiana al respecto? "Si tu hermano peca, repréndelo" (Mt 18,15). Primero a solas, luego con algún hermano más como testigo, y finalmente si es necesario, con toda la comuni­dad delante.

Lo que hay en el fondo de este modo cristiano de afrontar el pecado ajeno es pre­cisamente considerar que el problema del otro es también el mío, es decir, que el Pueblo de Dios que Jesús ha puesto en marcha es co-responsable de su salvación. Formamos parte de una misma comunidad de origen y destino, no somos islas autosuficientes, sino que más bien somos ese nuevo Pueblo que camina junto en la peregrinación apasionante de la vida y de la fe. Por eso no es indiferente que otros vivan en la luz o en la tiniebla, en la verdad o en la mentira, en el amor o en el egoísmo.Sería hipocresía si yo reprendiese al hermano tomándome a mí como la medida, cuando sabemos que en verdad la medida es únicamente Dios. Por eso puedo y debo re­prender al otro, cuando también yo me pongo en el punto de mira, porque es la Verdad de Dios la que juzga: tanto al otro como a mi. No se avisa o se reprende al otro porque en mí no exista la limitación, sino porque existe deseo tanto para él como para mi, de vivir en la Verdad. Porque vivir en cristiano no es ser im-pecables, sino desear dejar de ser pecado­res. No tanto por nuestro esfuerzo cuanto por la Gracia de Dios. Por eso es posible la alegría y la esperanza aun en medio de nuestras fragilidades y cansancios.

Otra cuestión es el modo de reprender, es decir, la actitud con que se hace. En el cristiano está excluida una reprensión que nazca de la arrogancia, de la soberbia, del puritanismo fariseo. La reprensión cristiana tiene otra matriz que es preci­samente la que la hace bella y justa: ser para el otro como un vigía fraterno que avisa del peligro, que señala el error, que urge a la conversión y anima a la confianza esperan­zada. Y por eso nace del amor más grande: desear la Verdad y la Luz que provie­nen de Dios, como el mayor bien que el otro puede tener. La reprensión cris­tiana en una compañía llena de perdón y ternura que nos acompaña hacia el encuentro con la misericordia de Dios.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Domingo 23º Tiempo ordinario
7 septiembre 2008