XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad de Cristo Rey del Universo
Mateo 25, 31-46: As de Rey y pastor
Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm
Al término del año cristiano se nos presenta una solemnidad de Jesús que enmarca el sentido de este domingo último: Cristo Rey del Universo. Herodes, al comienzo de la vida del Señor, y Pilato al final, cada uno desde sus intereses, tuvieron miedo de este Jesús Rey. Pero la realeza de Jesús no era una alternativa política-religiosa de nadie, ni traía su persona ninguna subversión con apariencia piadosa y adentros revolucionarios. Ni Pilato ni Herodes entendieron la realeza de Jesús, y por eso la persiguieron cada uno a su modo. Su realeza, se ha ido presentando y desgranando como un auténtico servicio: reinar para servir. Por eso rechazará la propuesta de Satanás en la tentación del poderío (Mt 4,8); o se marchará lejos huyendo al monte cuando la gente quería coronarle rey tras la multiplicación de los pones y los peces (Jn 6,15). Jesús se reconoce rey, pero de otra manera.
El juicio final del que nos habla este Evangelio, en el cual estarán presentes todas las naciones ante el trono de la gloria del Hijo del Hombre, será precisamente el juicio de quien tanto ha amado a sus ovejas, como admirablemente dibuja Ezequiel en la 1ª lectura (Ez 34,11-16). Es la imagen del Buen Pastor que Jesús hará suya después (Jn 10,1-21). ¿Cómo temer el juicio de quien tanto nos amó.
Pero este juicio misericordioso no sólo tendrá lugar solemnemente al final de los tiempos. Porque si la vida nueva consiste en encontrar, y reconocer, y amar al Hijo de Dios para permanecer así en la luz y en la verdad. Esto es lo que nos dice la parábola de este Evangelio desde la estrecha vinculación que el rey-pastor Jesús hace de su persona con cada uno de los hombres, especialmente los más desfavorecidos.
Por eso hemos de repetir otra vez que debemos vigilar sobre nuestra fe y nuestra vida cristiana, pero no al modo pagano: “por si acaso viene Dios y nos pilla” (actitud típica de quien sólo revisa y “pone al día” su cristianismo ante determinadas situaciones: boda, primera comunión de los hijos, una operación o cualquier otro peligro de muerte, etc.). Dios no es ese inevitable intruso en nuestra vida, del que se puede prescindir y al que se trata de esquinar. El juicio final está continuamente anticipado en lo cotidiano de nuestra vida. El cristianismo no puede zanjarse en un curso intensivo, habiendo vivido descristianamente el resto de la vida. De la misma manera que cuanto decimos yhacemos por Jesús, tiene una verificación también cotidiana en el amor al prójimo: “os aseguro que cuanto hicisteis con uno de esos mis humildes hermanos, conmigo lo hicísteis” (Mt 25,40).
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Domingo 34º Tiempo ordinario
23 de noviembre 2008