Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José

Lc 2,22-40: Lo sencillo y su grandeza

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Dios se ha hecho carne, ha querido acampar su vida divina en nuestro terruño humano asumiendo y haciendo suyas todas las cosas que contrae y conlleva nuestro diario vivir. Uno de ellos, y no el menos importante, es que nacemos, crecemos, vivimos en una familia. Sin familia el hombre se deshumaniza. Y por eso Dios, puesto a humanarse, no ha querido prescindir de esta realidad. Aquella Santa Familia, de María, José y Jesús, como aquellos primeros cristianos, tratándose como eran tratados por Dios, fueron capaces de transformar el mundo... sacando al Dios desconocido de los panteones para reconocerlo en lo cotidiano, en los días laborables, en lo familiar de una vida humana sin más.

Dios vino a enseñarnos lo mejor, y lo hizo desde el asombro humilde de María y José, llamados a acoger y acompañar lo extraordinario de Dios desde lo ordinario de su condición. Sin omitir ninguna de las obligaciones que como creyentes y como miembros del pueblo de Israel debían también ellos seguir: “cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor". Y sin embargo, esa aparente cotidianeidad, esa sencilla vida ordinaria, escondía algo sublime, ocultaba sin pretenderlo a Alguien a quien tantos habían esperado en Israel. Dos ancianos, Simeón y Ana, habían esperado ese momento de ver al Mesías. Ellos dos eran como los representantes de una larga fila, inmensa, de todos los que antes de ellos vinieron y los que después de ellos hemos venido.

Nos los podemos imaginar temblones y llorosos por ver cumplido lo que toda una vida habían estado esperando. Simeón se puso a cantar un himno de alabanza porque estaba arrullando entre sus manos arrugadas y tiernas a quien era presentado como luz para todos los Pueblos. Y comprendió que la vida ya le había dado todo, y tan hermosamente, y tan puntualmente, y tan inmerecidamente… pero se lo había dado de verdad.

Todos nosotros tenemos la misma promesa del anciano Simeón, sea cual sea nuestra edad y circunstancia. Hemos nacido para ese encuentro con Alguien que se nos da como la luz que corresponde a tantas negruras y apagones, como la misericordia que corresponde con todas nuestras durezas, como la gracia que es capaz de abrazar nuestras soledades, la alegría que recoge en su odre festivo todas nuestras lágrimas laborables. Este encuentro es lo que en estos días y siempre llamamos Navidad. Dios nos ha invitado a su fiesta al hacernos nacer a su Hijo para nuestro bien, y al mostrarlo dentro de aquella bendita familia.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
28 diciembre 2008
Sagrada Familia