IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Jn 2, 13-25: ¿Dios como excusa?

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Había un miembro del Sanedrín, dignatario fariseo, maestro de Israel y versado en las Escrituras santas: Nicodemo. Él fue a hurtadillas en busca del verdadero maestro, tomando a la noche como cómplice amable, en sus tumbos y en su oscuridad de creyente peregrino. Lo que le preocupaba a Nicodemo era la salvación del hombre, el sentido de la vida. Jesús le dijo que había que nacer de nuevo y volver a empezar. Nicodemo no entendió mucho. Después tuvo que oir que hay que dejarse llevar por el Espíritu de Dios, ese Espíritu que no se deja controlar ni manipular, y que se parece al viento y a su libertad: que notas cuando viene, pero no sabes de dónde proviene ni a dónde te conlleva. Nicodemo siguió sin entender demasiado (Jn 3,1-13). Jesús, en la parte final de este diálogo, retomará un argumento muy querido por el Evangelio de Juan: el Hijo que amó hasta el extremo y la luz despreciada. La serpiente que mordía a los israelitas causándoles el peligro de inminente muerte, será al mismo tiempo signo de salvación en el estandarte de Moisés; tanto que, al mirarla los mordidos por ella, quedaban curados. Esta paradoja es la que se verifica en la elevación de Jesús: una cruz que le dará la muerte a Él, nos obtendrá la vida a los demás, y de la misma manera que la muerte no tendrá la última palabra para Jesús, tampoco la tendrá sobre aquellos que “mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).

A este buscador nocturno se le daba finalmente la clave de todas sus preguntas posibles: vivir en la verdad y no tener miedo a la luz, ese era el camino de la salvación. Evidentemente, esa luz es una persona viva: “yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Creer en esta luz es dejarse abrazar por ella y poner nuestros adentros a su sol, aunque descubramos que no todo es trigo limpio en nuestra vida. Porque sólo vemos el polvo y las telarañas en una habitación cuando en ella entra el sol. Así fue la propuesta de Jesús a Nicodemo, y así es la que nos hace la Cuaresma: abrid vuestra ventana y que entre la luz de Dios. No para abrumarnos con todo eso que estamos tentados de ocultar, de tapar, de disfrazar, sino para convertirnos, para nacer de nuevo, para volver a empezar. Porque sólo podrá cantar el aleluya pascual, el aleluya luminoso y resucitado, quien haya tenido el arrojo y la humildad de cantar el miserere de sus oscuridades y muertes cotidianas. A esto nos educa la Cuaresma. Para que al final, donde ha abundado el pecado, pueda sobreabundar la gracia de Dios, yquien tanto nos amó, nos quitará los sayales de luto para vestirnos el traje de fiesta (Sal 29). 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

22 marzo 2009

4º Domingo cuaresma