V Domingo de Pascua, Ciclo B

Jn 15,1-8: Amar es pertenecer a otro

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm  

 

Los primeros domingos de Pascua han subrayado con una insistencia “demostrativa” que efectivamente Jesús había resucitado, que la muerte no tenía dominio sobre Él, que ha sido muerta y vencida arrebatando así la palabra última sobre la vida. El domingo pasado veíamos cómo este Jesús resucitado es el Pastor bueno que nos conoce y nos conduce hasta el redil eterno de la casa del Padre. Este domingo, nos habla de la vinculación que existe entre Él y cada uno de los cristianos, como un anticipo de lo que se nos dirá al llegar la solemnidad de la Ascensión del Señor. Efectivamente, cuando Jesús vuelva al Padre, dejará a los suyos el relevo de su propia carrera, la herencia de la misma misión que el Padre le confió a Él. Los cristianos podrán llevar adelante semejante encargo si permanecen unidos a su Señor. Así, en los pocos versículos de este Evangelio, aparece con nitidez repetitiva el argumento de fondo, casi un estribillo: dar fruto (6 veces), permanecer en Jesús (7 veces).

No se trata simplemente de estar ocupados, de ser diligentes trabajadores, sino de estar y ser en una viña que no es nuestra sino del Señor, y actuando no en nombre propio sino en el Nombre de Dios. Este es el sentido que tiene ese gesto de enorme sencillez con el que empezamos casi todas las cosas los cristianos: “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu...”.

Nos encontramos ante la prueba de fuego para discernir todo cuanto hacemos. Importa que sea mucho y que esté bien hecho, pero ésto no basta. Lo que nos dice Jesús en el Evangelio de la vid y los sarmientos es que la condición imprescindible para hacer un bien fecundo, para dar un fruto verdadero y abundante, es estar unidos a Él: “... permaneced en mi y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi” (Jn 15,4). Este fue el consejo, la amable exhortación de Jesús en aquella cena última de adioses y confidencias. Y esto es lo que la larga historia cristiana atestigua a través de los mejores hijos de la Iglesia: los santos. Sólo quien hace las obras, quien dice las cosas en nombre de Jesús y unido a la Iglesia, puede dar fruto. Lo demás es ruido e incluso daño. Pero ¡qué hermoso y qué fecundo cuando nuestra palabra es eco de la Voz del Señor y cuando nuestras manos custodian el discreto hacer de Dios! 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca 

10 mayo 2009