VI Domingo de Pascua, Ciclo B

Jn 15,9-17: Lo más esencial, el amor

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm  

 

Jesús tenía que preparar su relevo, la adecuada transmisión a sus discípulos de aquello que el Padre le encargó a Él, para lo que nació humanamente y por lo que inhumanamente murió. La liturgia nos está permitiendo asomarnos a este momento de transmisión suprema, y tanto el Evangelio del domingo pasado como el de esta semana, nos dan el apretado mensaje del testamento de Jesús como inmediata preparación de la solemnidad que celebraremos el próximo domingo: la Ascensión.

El Evangelio de este domingo, como toda la vida y el mensaje de Jesús, está dominado por palabras que tienen una raíz común: amar (5 veces), amor (4 veces), amigo (3 veces). ¿No ha sido, acaso, el amor y la amistad lo que Jesús ha venido a recordar, a profundizar, a llevar a su plenitud? El amor es la quintaesencia del cristianismo, por eso la revelación de Jesús nos ha desvelado el rostro amable y amante de Dios. No será el “dios tremendo”, vengativo y justiciero, ocupado y preocupado de la Gran Disciplina, sino que el Dios del que Jesús nos hablará, siendo Él mismo la Palabra y la manifestación, es un Dios que tiene entrañas de misericordia (Lc 1,78), que se ha hecho camino y acompañante (Lc 24,13ss), que es como un pastor bondadoso (Jn 10), como un padre que espera siempre la vuelta de sus hijos pródigos (Lc 15), que ofrece el perdón incluso cuando ya se está casi fuera de tiempo, como con el buen ladrón (Lc 23,39-43). Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; como os he amado yo, amaos entre vosotros. Y así hasta el final, hasta dar la vida (Jn 15,9.12).

La elección de Jesús no es para formar parte de un partido, secta o club, sino para dar fruto duradero (Jn 15,16). Él quiere que esa dinámica creadora que tiene su origen en el amor del Padre (Benedicto XVI), vaya adentrándose en las venas de la tierra, en las entrañas de la historia, para generar la civilización del amor (Pablo VI), la cultura del amor (Juan Pablo II). Y porque esto es lo que anida en nuestro corazón como inapagable e incensurable deseo, cuando esta nueva civilización y cultura que emergen del amor cristiano tiene lugar en algún sitio, entonces la alegría de Jesús está en los hombres, llega a plenitud (Jn 15,11). Y así sucedió con el paso de los primeros cristianos: que la ciudad se llenó de alegría (Hch 8,8). Es esto lo que deseamos para todos los pueblos, sea cual sea su tristeza, su mordaza o su corrupción: poder amarse con aquel amor de Dios que Jesús nos dejó como testamento y quehacer. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

17 mayo 2009

6º Domingo de Pascua