Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B.
Mc 16,15-20:
La Ascensión: nuestra Hora

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm  

 

La ascensión de Jesús no es un adiós sin más, ni una despedida que provoca la nostalgia sentimental o la pena lastimera. El marcharse del Señor inaugura un modo nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también de ejercer su Misión. Es importante entender bien la aparente despedida de Jesús, porque su ascensión no significa, ni en el texto que comentamos ni en la historia que durante dos mil años luego ha transcurrido, una simple evasión de Jesús. Él comienza a estar... de otra manera.

Como dice bellamente San León Magno en una homilía sobre la ascensión del Señor: “Jesús bajando a los hombres no se separó de su Padre, como ahora que al Padre vuelve tampoco se alejará de sus discípulos”. Él cuando se hizo hombre no perdió su divinidad (Filp 2,5ss), ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el final más extremo y abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre para sentarse a su derecha (expresión que indica igualdad), no perderá su humanidad, ni su comunión con los suyos.

La misión de Jesús, después de su resurrección se prolonga en la misión de sus discípulos, a los cuales entrega el testigo del encargo que recibiera Él de su Padre: ir a todo el mundo, a toda la creación, y anunciar la Buena Noticia. Les constituye en prolongación de lo que Él empezó a decir y a manifestar en Galilea, y que ellos llevarán hasta los confines últimos. Y harán esos signos que evocan el mundo nuevo esperado por los profetas que el mismo Jesús había ya manifestado.

Nosotros, que en este domingo celebramos la ascensión del Señor, somos precisamente los destinatarios de esta escena que ahora contemplamos. Él nos encarga su misión, nos hace misioneros de su Buena Noticia enseñando lo que nosotros hemos aprendido, narrando lo que a nosotros nos ha acontecido, lo que nos ha devuelto la luz y la vida, lo “que hemos visto y oído” (1Jn 1,3), como decían los primeros cristianos.

Hemos de acercarnos a este mundo y a esta creación de hoy, con sus luces y sombras, sus trampas y mentiras, sus incoherencias y heridas... tan diversas y tan dolientes, y allí ser esa prolongación de la alegría cristiana, de la esperanza, del gusto por la vida que trajo la Buena Noticia del Señor. Hay demasiados dolores y pesares, demasiadas preguntas y retos en la gente como para que los cristianos creamos que ya está todo dicho y hecho. Jesús y su Evangelio son siempre un tema pendiente, y a nosotros se nos ha confiado su anuncio y su acercamiento real al corazón de la vida. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca

24 mayo 2009

Domingo de la Ascensión