XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 17,5-10. “Auméntanos la fe”.

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


“Auméntanos la fe”.

La lectura evangélica de este domingo comienza con una súplica: “Auméntanos la fe”. Súplica que responde a una situación vacilante de los discípulos o de la comunidad cristiana donde se gestó la redacción de los evangelios. Situación de crisis, frecuente por lo demás en la vida de cualquier creyente o comunidad. Nunca ha sido fácil creer de verdad, y la duda, la dificultad parece ser hoy el constitutivo normal del esquema existencial de muchas personas cuando han desaparecido tantos apoyos ambientales y hay menos condicionamientos sociales. Surge entonces el desencanto, el escepticismo y la indiferencia, tanto en los adultos como en las nuevas generaciones.

La respuesta de Jesús no es enseñarles directamente cómo han de aumentar la fe, sino que explica, mediante una hipérbole: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería”, el poder extraordinario de la fe como confianza inquebrantable en Dios. Los discípulos piden cantidad, pero Jesús habla de calidad. Es la fe que enseña al discípulo de Cristo a renunciar a una actitud mercantilista espiritual. Eso viene a decir Jesús con la parábola del salario del servidor. Después de haber realizado cuanto podemos al servicio de Dios y de los hermanos, hemos de decir: “Somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

La fe pertenece a la esfera íntima de la persona, a la experiencia religiosa personal por el contacto vivencial con Dios en nuestra vida. La fe no carece de base objetiva, es un don gratuito de Dios y una aceptación agradecida de ese don.

La fe no es simplemente creer lo que no se ve, sino aceptar responsable y personalmente la Palabra de Dios, que se hace plenitud en Cristo. Tampoco se reduce a un conocimiento teórico de verdades sobre Dios, como una asignatura de religión. Es una opción fundamental y radical por Dios fiándose totalmente de Él, un compromiso capaz de orientar al estilo de Jesús toda nuestra vida: mente, corazón y conducta, las relaciones humanas, el amor, el trabajo, la vida y la muerte.

Tampoco la fe la constituye algunos elementos de religiosidad natural: sentimientos, temores, ritos, promesas, pero sin compromiso personal y sincera conducta consecuente. Sería una fe sociológica cargada de imágenes y medios para ganarse el favor de Dios, olvidando que la fe no es tener a Dios a nuestro favor, sino ponernos nosotros plenamente a disposición de Dios.

La fe, don gratuito de Dios, no da ventaja temporal alguna, ni privilegios y varita mágica para resolver los problemas. Es un don de Dios que “movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”, como leemos en el Vaticano II (DV 2). Don que espera una respuesta sencilla de acogida gozosa, no como una posesión vitalicia, adquirida de una vez para siempre, sino que hay que cultivar, vivirla y pedirla con humildad, para que la fe sea una luz que todo lo ilumina, una alegría que alienta la esperanza, una fuerza de Dios que infunde el temple y el talante de Jesús, un estilo nuevo para enfrentarnos con la vida y ser testigos de la salvación de Cristo.

La petición de los discípulos ha de estar siempre en el corazón, y junto a la petición el empeño de personalizar más la fe mediante la oración, el estudio, la Palabra de Dios y la ayuda de la comunidad y abiertos al proyecto de Jesús de implantar el Reino. La fe que no se cultiva mediante estos medios, se debilita, desaparece. No pedir más cantidad de fe, sino una fe de auténtica calidad.