Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

Lucas 1, 39-56. “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Celebramos, en pleno mes de Agosto, esta gran solemnidad de la Virgen. La Palabra de Dios nos ayuda, como siempre, a descubrir la clave de lo que celebramos. Ciertamente en este día contemplamos a María en la plenitud de su vida en Dios. Nos la imaginamos ensalzada sobre todo lo creado, coronada de gloria y esplendor. Trasladamos a María lo que hacemos con los que sobresalen y triunfan en nuestro mundo.

Desde nuestro afecto filial, nuestra devoción entrañable, coronamos, también, a María con joyas, la vestimos con ricos mantos bordados colocándola en elevados tronos.

Pero la Palabra de Dios viene a mostrarnos dónde está la grandeza de María y cuales son los verdaderos honores que la engrandecen. “María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá”. Aquí tenemos uno de los rasgos más característicos del ser y del amor cristiano. Se trata de acudir a quien puede estar necesitando nuestra presencia. El que cree en la Encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera. No se trata de hacer grandes cosas. Sencillamente ofrecer nuestra amistad al vecino que se siente solo, estar cerca del joven desorientado, tener paciencia con el anciano que busca ser escuchado, estar junto a esos padres que tienen un hijo enganchado a la droga o en la cárcel, alegrar el rostro del niño solitario… Este amor que nos hace tomar parte en las cargas y pesos que tiene que soportar el hermano, es un amor salvador. Esta fue la actitud de María, que se sabe Madre de Dios, y el servicio y la cercanía la coronan como “la bendita entre las mujeres”.

Del corazón de María brota un cántico de liberación y esperanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. La grandeza no está en honores y tronos, sino “porque ha mirado la pequeñez de su esclava”. Son la gente sencilla quienes acogen la revelación de Dios (cfr. Mt 11,25).

Con Jesús ha llegado un cambio decisivo en la historia de la humanidad, tal y como lo ve y lo quiere Dios. Los que no cuentan desde las estructuras de poder: los pobres, los olvidados, los sencillos, pasan a ser protagonistas de la historia de Dios, quien los prefiere a los poderosos y a los ricos de este mundo. “Derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes”.

Este actuar de Dios siempre es “acordándose de la misericordia”. Los nombres que definen al Dios bíblico son santidad, justicia, misericordia. Misericordia que significa: corazón sensible a la miseria humana.

El Dios misericordioso que canta María pone en marcha y activa un proceso que revoluciona el orden viejo, invirtiendo el centro de gravedad de los valoras sociales, que no serán ya la prepotencia, el orgullo, la explotación y el dominio, sino la pobreza, el vacío de sí mismo, la fraternidad y la solidaridad en el vivir y el compartir.

Asunta al cielo es vivir en plenitud una vida que comenzó con esa apertura a la acción de Dios: “Hágase en mí según tu palabra”; que fue germinando en la sencillez del cotidiano vivir, y llegó a ser fruto ubérrimo porque dejó que el “Poderoso hiciera obras grandes”.

Aquí está la grandeza de María. Este es su trono y su gloria. Esta es la luz que irradia sobre sus hijos que con Isabel le decimos: “Dichosa tú que has creído”.