XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 7, 36-8, 3: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 7, 36-8, 3: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”

El evangelio necesita ser comprendido y vivido desde la fe. Para comprender el evangelio es necesaria la actitud de desear ser “amigo de Dios”, que no es otra cosa que seguir a Jesús. Es necesaria, también, la humildad, es decir, saber mirarse a sí mismo, a los demás y a las cosas como realmente son y no como gustaría que fueran.

Un fariseo y una pecadora. El “justo” y la “pecadora” por excelencia en la sociedad judía. En el centro Jesús.

La mujer ama, llora, busca. Ha arruinado su vida. El pecado es romper la propia vida viviendo del engaño y la frustración. Hacer añicos el proyecto de Dios y destrozar la relación con los demás. El desengaño hace descubrir que se ha malbaratado la propia existencia y, a la vez, arruinado el proyecto de una vida feliz. Por eso la mujer busca una luz, una fuerza.
El fariseo piensa mal. Desprecia a la mujer por su condición y a Jesús por la acogida que le dispensa. Levanta una barrera fría desde su ideología desestimando el arrepentimiento y la acogida que brota del corazón. Desconoce el fondo de las personas, el fracaso de sentirse pecador con la esperanza de recuperar la salvación y la alegría del perdón. No aprecia la apertura incondicional del corazón que se hace comprensión y acogida generosa.

Jesús, que a todos busca, deja que la mujer se explaye con manifestaciones de afecto expresión de un cambio en su vida. Reconoce su equivocación y espera ver la luz de la comprensión y la acogida que será el perdón: “A ella le dijo: Tus pecados están perdonados”. Con el perdón viene la reconciliación y la paz.

Jesús es también la verdad que ilumina proyectando luz sobre las tinieblas de la cerrazón e incomprensión. “Simón, tengo algo que decirte”. El ejemplo es claro y sencillo, y el fariseo lo entiende llegando a juzgar rectamente. Acepta la delicada corrección de Jesús que intenta liberarlo de su rigorismo farisaico. Esa palabra va rompiendo la barrera de la intransigencia atravesada por la luz de la verdad y el amor. “Supongo que aquel a quien le perdonó más”, fue la reacción de Simón iluminado por Jesús.

Frente al pecado es donde el Dios celoso se revela un Dios perdón. El corazón de Dios no es el del hombre. Lejos de querer la muerte del pecador, lo re-crea, purificando y colmando de gozo su corazón contrito y humillado.

El perdón implica una muerte y una nueva creación. El pecado es sumergido en el amor y desaparece como tal pecado. Al mismo tiempo el que fuera pecador resucita a una vida. No se convierte en un “vacío de pecado”, en un “ex-pecador”, sino en una plenitud de gracia, en un “justo”.

Jesús en el centro, perdón para la mujer que regaba con sus lágrimas los pies de Jesús. Corrección, desde la comprensión y el amor, descubriendo el engaño de una vida atrapada por un rigorismo despiadado.