Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo C

Lucas 24, 46-53: “Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 24, 46-53: “Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo”
La Ascensión es el punto culminante de todo el ministerio terrestre y de la obra salvífica de Cristo. El ministerio de Jesús Lucas lo presenta como una ascensión de Galilea a Jerusalén, de Jerusalén al cielo. La subida de Jesús al cielo está descrita de acuerdo con la concepción antigua del universo. Su sentido es en realidad que Jesús retorna definitivamente a la posesión de la plenitud de vida en Dios.

Creer en la Ascensión de Jesús es creer que la humanidad de Cristo ha entrado en la vida íntima de Dios de un modo nuevo y definitivo. Cristo, “en todo semejante a nosotros menos en el pecado” (Hbr 4,15), en su Ascensión lleva consigo nuestra condición humana que asumió por la encarnación. Por eso comenta san Agustín: “En su encarnación Cristo descendió el solo, pero ya no subió al cielo el solo. No es que pretendamos confundir la dignidad de la Cabeza con la del cuerpo, pero sí afirmamos que la unidad de todo el cuerpo pide que éste no sea separado de su Cabeza”. La Ascensión testimonia el destino esplendoroso de la humanidad, restituida por Cristo a su imagen primordial. Dios tiene para los hombres un espacio de felicidad definitiva que Cristo nos ha abierto para siempre.

Si el hombre sale de las manos de Dios y ese mismo hombre está llamado a vivir una vida en plenitud, la dignidad de todo hombre está refrendada por la Ascensión de Cristo. Ante tanto atropello como hoy y siempre sufren tantos hombres y mujeres en el mundo, el día de la Ascensión es una voz que se alza denunciando tanta vejación y explotación.

Poner los ojos en el cielo, no debe llevar a desentenderse de la tierra. La esperanza cristiana consiste en buscar y esperar la realización total de esta tierra. Creer en el cielo es querer ser fiel a la tierra hasta el final. Porque el creyente que cree y espera un mundo nuevo, una vida en plenitud no puede tolerar ni conformarse con este mundo lleno de odios, lágrimas, injusticias, mentiras y violencia. Creer en el cielo, esperar esa vida en plenitud, conseguida ya por Cristo en su Ascensión, es comprometerse en la transformación de nuestro mundo. “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” (Act 1,11).

Jesús, antes de subir al cielo, bien claro dice a los suyos que “recibirán una fuerza para ser testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo” (Act 1,8). La vocación a la fe cristiana no alentará una esperanza auténtica del futuro si no es desde el compromiso a fondo con el mundo presente. El cielo hay que construirlo ya desde la tierra y cada día mediante el amor, el trabajo y el servicio a los hermanos, conscientes de que Jesús no se ha ido desentendiéndose de nosotros, sino para vivir desde Dios, una cercanía nueva e impensable, e impulsar la vida de quien se abre a su mensaje y a su presencia hacía un destino en plenitud.