La afirmación de Jesús es clara: “Tenéis que nacer de nuevo” (Jn 3, 8).
En el diálogo con Nicodemo Jesús, una y otra vez, habla de un nuevo
nacimiento por medio del agua y del Espíritu, para entrar en el reino de
Dios. El tiempo pascual es eminentemente bautismal. Durante la Cuaresma
se nos invita a la conversión. En la Pascua hemos de tomar conciencia de
que estamos bautizados y de todo lo que significa el Bautismo. No un
simple quitar el pecado original, sino mucho más, “nacer” a una vida
nueva en expresión de Jesús (cfr. Jn 3,8). Cada año en la pascua
renovamos el Bautismo para encontrar esa fuerza del Espíritu que
haciéndonos participar en la muerte y resurrección de Cristo nos lleva a
caminar con un estilo de vida nueva (cfr. Rom 6,4).
“Entrar” expresa el cambio radical que ha de verificarse en el hombre,
la adquisición de una nueva identidad, de una nueva vida. Al nacer del
Espíritu entra el hombre en ese ámbito donde Dios se comunica, no a
través de mediaciones: leyes, ritos, ceremonias…, sino de modo íntimo en
Jesús. “Entrar” es adherirse y vincularse de modo estable a Jesús, en
quien Dios se hace presente como fuerza de vida que se comunica. Esa
fuerza es el Espíritu Santo prometido por Jesús a los suyos en la Última
Cena y comunicado en la misma tarde de Pascua:
“Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo”
(Jn 20, 22).
El Espíritu Santo es la fuerza divina del amor; sólo él hace nacer a una
vida nueva. No basta la observancia escrupulosa de unas normas, ni el
exacto cumplimiento de unos ritos. Hace falta recibir un nuevo principio
de vida, el Espíritu de amor que Jesús comunica para nacer de nuevo.
Vivificados por el Espíritu se acoge el mensaje como respuesta al amor.
“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él
y haremos morada en él” (Jn 14,23). La presencia de Dios en la comunidad
cristiana y en cada miembro como tal, ya no se concibe como una realidad
exterior al hombre y distante de él, sino tanto la comunidad como cada
uno de sus miembros se convierten en morada de la divinidad.
El Espíritu no sólo enseña y recuerda todo lo dicho por Jesús, no tanto
como un aumentar unos conocimientos, o traer a la memoria lo pasado,
sino como vivencia y experiencia vital de la acción de Jesús verdad y
vida. El Espíritu es también generador de paz. “La paz os dejo, mi paz
os doy” (Jn 14,27). Es el saludo del Señor Resucitado, fruto también de
la nueva vida por el Espíritu. Paz no como la da el mundo.
Deseamos la paz y la intuimos como un bien precioso, no solo para la
vida personal de cada uno, sino para la convivencia de toda la
Humanidad. El resentimiento, la intolerancia, la prepotencia, la
hostilidad y la agresión son actitudes incompatibles con la paz. Solo
las personas que poseen la paz pueden ponerla en la sociedad. Construyen
paz porque ayudan a acercar posturas, crean un clima amistoso de
entendimiento, mutua aceptación y diálogo. Buscan siempre el bien de
todos, respetan las diferencias, fomentan lo que une, nunca lo que nos
enfrenta. Sencillamente aman a todo ser humano.
Aman porque son guiados por el Espíritu.
Aman porque viven la intimidad con el Dios que ha puesto su morada en su
corazón.