El evangelio de este domingo nos refiere una nueva aparición de
Jesús resucitado. Aparición que no hay que leerla como una anécdota
más de la vida de Jesús, sino sabiendo encontrar en ella la fuerza
de la resurrección plasmada en la vida de la Comunidad y de la
misión.
La presencia del Señor se requiere tanto en la vida personal de fe
como respuesta al encuentro con el Resucitado, como en la Comunidad
y en la misión de la misma.
Es un grupo de siete discípulos presentes los que se lanzan a
pescar. No son los doce, número que denotaba la Comunidad, pero
ahora es otro número, el siete, el de la totalidad determinada, que
referido a pueblos indica la totalidad de las naciones, haciendo
referencia a todos los hombres, a los que estaba destinado el
mensaje de salvación. Los discípulos están juntos, forman Comunidad,
y se nombra a Pedro en primer lugar.
La decisión que toma Pedro de ir a pescar representa la misión de la
Comunidad. “Os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Trabajando
toda la noche no pescaron nada. La noche significa ausencia de
Jesús, luz del mundo.La decisión de Pedro y la adhesión del grupo
los ha llevado a trabajar con tesón y constancia, pero no estaba el
Señor, y tanto esfuerzo fue infructuoso.
La llegada de la mañana, la llegada de la luz, coincide con la
presencias de Jesús, que es la luz del mundo. Es Jesús quien
acompaña desde la playa en la misión. El grupo entero está
desconcertado ante el fracaso, puesto en evidencia por la pregunta
de Jesús: “Muchachos, ¿acaso tenéis algo para acompañar el pan?” (Jn
21, 5).
Jesús no se contenta con estar presente. Les indica el lugar donde
hay que echar las redes: “Echad la red al lado derecho de la barca y
encontraréis” (Jn 21, 6). Los discípulos siguen la indicación de
Jesús y la red se llena de peces, y peces grandes. El fruto se debe
a la docilidad a la palabra de Jesús.
La docilidad a las palabras de Jesús es consecuencia de una relación
personal con Él. Para aceptar esa palabra, que no siempre tiene una
acogida fácil; para seguir la indicación donde se ha experimentado
el fracaso, es necesario que haya una confianza plena.
En el diálogo posterior de Jesús con Pedro está la clave de esa
confianza. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?... Sí,
Señor, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 15).
Creer es estar enamorado de Dios. Nada nos acerca con más verdad al
núcleo de la fe cristiana que la experiencia del enamoramiento.
Quien de verdad se ha encontrado con Cristo se siente atraído por Él
comenzando a ser centro de su vida. La impresionante experiencia de
Jeremías: “Tu me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir; me has
forzado y me has podido… Tu palabra se ha convertido para mí en
burla e irrisión. Yo me decía: no pensaré más en él, no hablaré más
en su nombre. Pero tu nombre (tu persona) era dentro de mí como un
fuego devorador encerrado en mis huesos. Me esforzaba en contenerlo
pero no podía.” (Jer 20, 7-9).
Lo mismo que el enamorado llega a vivir de alguna manera en la
persona amada, así le sucede a quien tiene un encuentro vivencial
con Jesús. Tres veces es interrogado Pedro sobre el amor. Su
respuesta fue, por tres veces también, clara y convincente: “Tú
sabes que te quiero” (Jn 21, 15.16.17). No duda en contestar porque
le sale de lo más profundo del corazón. El éxito de la misión está
en la entrega del corazón.