La Inmaculada Concepción de María

Lucas 1, 26-38: “Alégrate, llena de gracia”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 1, 26-38: “Alégrate, llena de gracia”

En el contexto del Adviento celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ella misma es adviento, expectativa anhelante del nacimiento del Hijo de Dios, encarnado en su seno. Mejor que nadie prepara el camino al Señor desde su SI incondicional. Vive una profunda conversión en su actitud de acogida y sencillez: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La definición dogmática de esta verdad de nuestra fe fue la culminación de un largo proceso en el sentir del pueblo de Dios. La existencia del pecado y del mal en la humanidad es un hecho de experiencia, sobre el que la primera lectura de este día nos brinda una reflexión explicativa. La firme voluntad de Dios de mantener su proyecto de amor se hace buena nueva, protoevangelio: la descendencia de la mujer vencerá al demonio, al mal y al pecado. En esa mujer se ha visto siempre, en contraposición a Eva, a María asumida por Dios como instrumento privilegiado en su designio sobre la humanidad nueva.

Cuando nos reunimos para celebrar este misterio de amor salvador de Dios, la primera palabra que nos llega de parte de Dios es una invitación a la alegría, cuando el Salvador se acerca al mundo. María es la primera en escuchar esa palabra: “Alégrate, llena de gracia”. La palabra última y primera de la liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. María no solo la escucha, la acoge con gratitud y gozo en su corazón. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer alegría a nuestro mundo triste y contradictorio.

Buscamos con ansiedad la alegría cosa no fácil de alcanzar, porque la verdadera alegría no se puede imponer, ni tampoco comprar, pues todo se convertiría en risa exterior, carcajada vacía, euforia de una sala de fiesta. La alegría nace y crece en lo más profundote nosotros mismos. Es un don hermoso que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma, porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la cartera.

La alegría de María es el gozo de una mujer creyente abierta incondicionalmente a Dios en quien se alegra porque se ve inundada de amor, porque ese Dios es, como María lo proclamará más tarde, quien levanta a los humillados, colma de bienes a los hambrientos, mientras dispersa a los soberbios y despide vacíos a los ricos.

La fiesta de la Inmaculada proyecta un rayo de luz alegre y esperanzada sobre nuestro mundo maltrecho y cargado de lágrimas. María es imagen de la humanidad restaurada que, “en atención a los méritos de Cristo Jesús, salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción”.

Celebrar esta fiesta en Adviento es garantía de que la salvación que se anuncia no es una palabra que encandila, sino realidad palpable ya en una mujer de nuestra raza abriéndonos a una esperanza firme y gozosa. Esperanza que se ha de apoyar en una actitud de sencillez y confianza como María: “Hágase en mí según tu palabra”.