Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Lucas 2, 16-21:
“María conservaba todas estas cosas, meditándola en su corazón”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

“María conservaba todas estas cosas, meditándola en su corazón” 

Año Nuevo, vida nueva. Es lo que hoy mas se repite, junto al deseo de prosperidad para el año que comienza. Lo que más sobresale en este día dedicado litúrgicamente a María, Madre de Dios, en la octava de Navidad.

Estrenar un calendario, comenzar un año nuevo, no producirá, automáticamente, un cambio, una novedad en nuestras vidas. El calendario no cambia al hombre. Una cifra distinta no es un resorte mágico que traiga algo nuevo. El secreto de esa novedad, de ese cambio, está en el corazón. Que hermosa la oración del salmista, que podíamos hacerla nuestra al comienzo del año 2008: “Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro” (Sal 50, 12). Bien decía Jesús que lo que mancha al hombre es lo que sale del corazón (cfr. Mt 15,18). La novedad, el cambio, es fruto del corazón. Tendríamos que decir: Año Nuevo, Corazón Nuevo. Y comprometernos a ello.

En esta fiesta de María, Madre de Dios, la Palabra de Dios subraya la bondad del corazón de la Virgen donde guardaba y contemplaba el misterio de Dios-con-nosotros. Aceptando el mensaje divino, María se convierte en la Madre de Dios fiándose de Dios, abriendo su corazón al amor que la inunda, respondiendo con un Si incondicional y confiado: “Dichosa tú porque has creído” (Lc 1, 45).

Fiarse de Dios es tener conciencia clara del amor de Dios que envía su Espíritu a nuestro corazón, haciéndonos hijos (cfr. Gal 4,6). La fuerza de ese amor cambia el corazón haciéndolo dócil al plan de Dios: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Sentir una fuerza que impulsa a salir de sí volcándose hacia los demás: “María se puso en camino y fue a toda prisa a casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1, 39-40). Inquietud en la búsqueda de Jesús: “Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo” (Lc 2,48). Valiente y decidida en los momentos más trágicos y duros: “Estaba junto a la cruz de Jesús su madre” (Jn 19,25). Un corazón fraguado en la contemplación, en la solidaridad y el compromiso. De ahí sólo podía salir algo bueno.

Mientras no se de un corazón bueno, la novedad y prosperidad que nos deseamos al comenzar un año será una costumbre más o menos rutinaria que se queda en simples palabras. Mientras no actuemos de manera más audaz, decidida y responsable, todo seguirá igual. Si no confiamos más en la fuerza del Evangelio, movidos, como María, por el Espíritu, como creyentes, seguiremos evitando posibles riesgos y no aportaremos la luz y la esperanza que nuestro mundo, en el Año Nuevo, tanto necesita.

El año será en verdad Nuevo si nos entusiasmamos con un proyecto nuevo, si nos arriesgamos a amar con más generosidad, si creemos en Dios con más verdad. Hay que poner ilusión, coraje y paciencia porque lo Nuevo no es cosa de un instante, sino fruto de un tenaz hacer con responsabilidad y unidos en el mismo deseo de novedad.

Al comenzar el año y en esta Jornada Mundial de la paz, dejemos que llegue al corazón la bendición del Señor que nos recuerda la primera lectura de esta fiesta: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Num 9, 24-26).

Por parte de Dios no quedará. Por la nuestra, empeñarnos en la tarea de tener un corazón renovado donde acojamos el amor de Dios y resuene la llamada de los hermanos. De verdad,
¡FELIZ AÑO NUEVO!